Cuando la Miguela llegó por primera vez a Madrid, con los ojos como platos hizo la siguiente pregunta: ¿Dónde va toda esta gente? Imposible de contestar, unos van a un sitio, otros a otro. No hay un acuerdo para moverse, aunque lo parezca. Coches, taxis, autobuses, metros, trenes de cercanías, estaciones, gente con maletas con prisas, pasos de cebra a tope, cafés rápidos de paso... Esa impresión de constante trasiego es la primera que tengo cuando llego a Madrid.
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