martes, 24 de febrero de 2015

salir de el calafate



Despierto en la noche. Bombillas amarillentas.  Montan en el autobús, que resopla. Alguien hace siluetas chinas con las nubes y las estira horizontalmente. La luz las va enrojeciendo y descubriendo un paisaje completamente diferente: desérico, si árboles. Campos amarillentos abiertos sin apenas lomas ni árboles. Arbustos secos. Grupos de guanacos, algún ñandú. El lago Cardiel. Las montañas aparecen y crecen. Para la llegada al lago Viedma ya son grandes y hermosas, y al girar  para el Chaltén se ve el glaciar Viedma blanco cayendo al lago lechoso. Allí, al fondo, está la imponente mole del Fitz Roy. Del bus salen agerridos mochileros que inmediatamente cogen el camino hacia el totem. Nosotros estamos cansados y faltos de días, perdonamos el paseo y seguimos en el bus hasta El Calafate. Aquí se quedan Franziska y su cuaderno diario y Koki, el japo despeinado. Despedidas.

Calafate vive un mes de fiestas y está a tope de turismo nacional y chileno. Para colmo hoy canta y gratis en su plaza el famoso bachatero Romeo Santos, y está todo a tope de jóvenes, los hoteles y hosterías llenos, los cajeros sin un peso, las calles repletas, las plazas de buses ocupadas. Esto es aún peor que Bariloche. Solo coseguimos una habitación por 1.300 pesos argentinos y una promesa de un autobús adicional para el miércoles.

Dos señoras chilenas buscan con quien compartir taxi al glaciar Perito Moreno. Nos apuntamos  y nos olvidamos de historias. El glaciar, con una pared de ochenta metros de altura, es de una belleza pasmosa, salvaje, tiene un color fortísimo azul y a la vez transparente y algunas suciedades de barro que le restan una miaja de elegancia. Lo que más me llama la atención es lo cerca que está el muro de tierra, dividiendo en dos el lago donde vierte, y por tanto lo cerca que puede verse. De vez en cuando, se oye un estruendo provocado por trozos de hielo que se derrumban contra el agua y empiezan a flotar, alejándose. Busco todas las perspectivas, dibujo sin éxito, descanso agotado y lo dejo por fin para tomarme un café. Hacemos unas migas más o menos correctas con las señoras y logran meternos en su bus de vuelta a Puerto Natales por un ridículo precio. Esto ocurre a las dos de la mañana, luego de habernos comido una parrillada con vino y haber oído al bachatero. Todo el mundo enloquece, pero nosotros solo somos capaces de sentir frío y sueño.



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