Nos levantamos de noche para pillar el bus de Coyhaique. Algunos campistas ya esperan sobre el césped porque no llevan boletos y lo van a intentar. Aquí el turismo es fundamentalmente de mochileros chilenos que montan la tienda en cualquier campo. A veces vienen a un hospedaje barato y nos cuentan. Quieren ducharse. Es demasiado temprano para los perros y nos acompaña un gato.
Despertamos en una parada. Una mujer mayor y con pañuelo a la cabeza iluminó el bus con una linterna. Nos volvemos a dormir hasta Puyuguapi, en pleno Parque Nacional Queulat. Cuando las luces definen las siluetas de las altas montañas, descubrimos un gran lago blanco, de plata, a sus pies. En realidad es agua salada, una entrada del Pacífico, el Canal Puyuhuapi, que separa del continente la Isla Magdalena, toda ella parque nacional. Lo vemos durante mucho tiempo, hasta que los colores se definen por fin y tienen una tristeza especial. Sobre él, salta el agua que viene de las montañas y se lanza por los cortados.
Nos separamos del agua, adentrándonos en el bosque como un barco abriéndose paso entre los cipreses y abetos, en la espesura salvaje. Seguimos el curso de los ríos para salvar las montañas: Cisnes, Simpson, Correoso, Arroyo Corto. A veces rodeados de praderas con granjas y a veces pasando por angostos desfiladeros y quebradas. Paramos en Mañiguales, al borde de la Reserva. Aprovecho para dibujar a los viajeros, Después todo se vuelve amarillo, estériles montañas de pizarra. El niño de al lado está deseando llegar. Se le ilumina la cara cuando, desde arriba, se ve la ciudad, chiquita, allí al fondo. Esto parece un gallinero. Las santiagueras de al lado no paran de chaspar. No se cansan.
Bajamos hasta la hondonada del viejo conocido río Simpson que seguimos desde que entramos a Chile. La Terminal de autobuses es pequeña, compramos los últimos boletos de mañana para Puerto Río Tranquilo. Pillamos un buen alojamiento cerca, en el centro.
Coyhaique es una ciudad con semáforos y grandes comercios. Para ver calles chulas con casitas de madera, hay que retirarse un poco, a la parte del mirador, donde se inició la ciudad. En la plaza hay una feria Mapuche donde venden su artesanía. Hay pancartas pidiendo la libertad de sus presos, banderas, comida, vestimenta. Las mujeres llevan ese tocado con círculos brillantes. Les compro una camiseta que grita newén mapuche, fuerza mapuche.
Vamos al mirador a saludar a río Simpson y su hermoso valle, y luego a la cabañita de Pachamama. De vuelta al centro, paramos en una peluquería para varones. La señora Marien corta el pelo a los caballeros desde muy niña, al poco de alcanzar las cercas para subir a los frutales. De los juegos de chiquita por las calles se metió de aprendiz de este oficio. Me ofrece el viejo sillón de metal y cuero y me cubre con una telita que se abrocha al cuello. Huele a niñez, a polvos de talco, con los que me embadurna el cuello, a floïd, el genuino, a alcohol y jabón. Sus manos me tocan levemente las orejas y me recorta las cejas; pero no me hace levantarme hasta que me moja el pelo con un vaporizador (sierre los ojitos, recordaba de Perú, y los cerré) y me repeina con raya.
Comemos de maravilla unas picadas a buen precio en Mamma Gaucha, en pasaje Horn, detrás de esos ventanales tan grandes por donde pasa todo el pueblo. La cerveza Tropera, generosa, está rica, con sabor a artesanal. El carpaccio con queso rico y también el ceviche, aunque le falta picante.
Por la tarde damos un paseo por la plaza pentagonal, y patagónica, de la que salen once calles. Al final de una de ellas hay un mástil metálico de 25 metros sin uso, que puso Sebastián Piñera, el mayor empresario de Chile (del cual cuentan miles de historias truculentas). Aquí se hace la fiesta de los campesinos, de los gauchos de este lado de la frontera. Un cantante, un acordeonista y un guitarrero amenizan la velada. Parejas de jóvenes emboinados con chalecos y anchos bombachos bailan con chicas de vestidos lisos largos en capa. Os parecerá una costumbre argentina, pero aquí se considera como nuestra, es nuestra tradición, Mañana veréis los mejores acordeonistas y guitarreros de Aysén en contrapuntos, donde uno contesta a otro y el otro al uno. Es divertido.
Pero no podrá ser. Los viajeros siguen su rumbo hacia el Sur.
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