martes, 14 de octubre de 2014

vegaviana












En 1939, el régimen de Franco creó el Instituto Nacional de Colonización para organizar una reforma social y económica de la tierra después de la devastación de la guerra civil. En un intento de transformar el espacio productivo mediante la reorganización y reactivación del sector agrícola, se construyeron pantanos y acequias y se levantaron más de 300 pequeños núcleos urbanos para dar cobijo a más de 50.000 familias de colonos que se asentaron en ellos. Fue uno de los mayores movimientos migratorios promovidos por el Estado español en el siglo XX.

José Luis Fernández del Amo formaba parte del plantel de arquitectos de este organismo, dependiente del Ministerio de Agricultura. En 1952, proyecta la construcción de un pueblo de nueva planta en la cuenca del Alberche, cerca de Talavera de la Reina (Toledo). Por primera vez, el urbanista fija su atención en la vegetación espontánea, plantas silvestres, arbustos y jaramagos, y se plantea edificar un pueblo que circundase áreas en las que permaneciese la vegetación. “Fue un proyecto adelantado a su época en el que no todo el núcleo urbano giraba en torno a una plaza mayor, como era habitual. Se trataba de un urbanismo descentralizado, formado por casas especiales, ya que constaban de dependencia agrícola, por lo que la circulación rodada daba a los patios y las casas miraban siempre a espacios abiertos en los que la vegetación permanecía intacta”, explica Rafael Fernández del Amo, también arquitecto e hijo del protagonista de esta historia.

Pero el régimen franquista no parecía muy dispuesto a permitir que alguien cambiara su estilo de arquitectura imperialista y el proyecto fue denegado. Sin embargo, el arquitecto no dejó de insistir en las bondades de esta nueva forma de organizar la vida de las personas, y tal fue su insistencia que dos años más tarde se le encargó el diseño de una pequeña urbe situada en el norte de la provincia de Cáceres, donde la construcción del pantano del Borbollón, en el río Árrago, había creado una extensa zona de regadío. Era el momento de poner en marcha las ideas frustradas dos años atrás. Y eso hizo.

La mayor parte de los terrenos circundantes de lo que iba a ser el nuevo pueblo habían sido explanados y convertidos en campos de cultivo. Por eso Fernández del Amo concibe su trazado manteniendo la vegetación natural, compuesta por encinas, alcornoques y especies de monte bajo, dentro del núcleo urbano y en sus alrededores. Las viviendas se abren a estas zonas destinadas a la convivencia y la expansión, constituyendo grandes manzanas rodeadas de senderos para vehículos y animales.

El proyecto contemplaba la construcción de 340 viviendas para colonos y otras 60 para obreros. “Como decía mi padre”, apunta Rafael, “la grandeza de este proyecto es haber podido diseñar absolutamente todo: desde el urbanismo hasta el picaporte de la última puerta”. Encargos como este son la envidia de cualquier arquitecto hoy en día. Y es que ya no existen proyectos tan completos como fue Vegaviana, que incluía, además de las viviendas y la urbanización, la iglesia con casa rectoral; una escuela con siete aulas y viviendas para los maestros; seis artesanías y siete comercios; clínica y vivienda para el médico; casa de administración con juzgado, correos y vivienda del funcionario; edificio social con sala de cine, bar y posada; casa de la hermandad con biblioteca, almacenes cooperativos y porches para maquinaria.

“En España primaba el estilo historicista en el peor sentido de esta palabra, es decir, se copiaban formas supuestamente históricas, preferiblemente las que correspondían al ‘Imperio’ y se utilizaban desprovistas de contenido”, señala Javier Marcos, arquitecto que ha firmado algunas de las edificaciones recientes más destacadas de Sierra de Gata, donde se encuentra Vegaviana. “Fernandez del Amo recupera el lenguaje racionalista anterior a la guerra civil que está más en línea con lo que se hacía en Europa”. Por eso, para Marcos, Fernández del Amo fue un caso extraño en el momento histórico en que se sitúa.

En lo que se refiere a la arquitectura de Vegaviana, Fernández del Amo hizo una apuesta por la abstracción. Como dice Javier Marcos, se alejó de las consignas oficiales de imágenes histórico-regionalistas y se acercó a una arquitectura básica que eliminaba lo superfluo. Fuera cornisas, recercados y elementos innecesarios. Lo importante es la desnudez de sus blancos muros y especialmente los encargados de construirlos: los albañiles del lugar que usan materiales y técnicas constructivas de la zona avaladas por siglos de tradición popular, lo que hace que Vegaviana, 60 años después, no haya perdido ni un ápice de modernidad. “Vegaviana es intemporal y el programa sigue funcionando con escasas variaciones: ahora, en lugar de la yunta se guarda la furgoneta, pero la vivienda y su patio siguen siendo plenamente vigentes”, asegura Marcos.


Fernández del Amo utilizó también estos pueblos para la promoción de jóvenes artistas que decoraron con sus murales la iglesia de Vegaviana y las de los otros 13 pueblos que proyectó el arquitecto, dentro de los más de 300 que se construyeron para dar cobijo a estos nuevos colonos, fundamentalmente en la década de los cincuenta y principios de los sesenta. Y es que el arte fue ‘la otra’ gran pasión de este arquitecto. Además de su faceta de mecenas en estos pueblos y promotor de las artes de aquella época, fue académico de Bellas Artes, director del Museo de Arte Contemporáneo y precursor de lo que hoy es el Museo Reina Sofía.

Vegaviana ha inspirado a numerosos arquitectos en sus proyectos urbanísticos y a su diseñador, José Luís Fernández del Amo, se le reconoció por ello. En 1958 recibió una mención de honor en el V Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos de Moscú, donde no se pudo participar oficialmente al no reconocer España a la URSS. En 1959 recibe el premio anual de la Crítica de Artes Plásticas, por una exposición sobre Vegaviana en el Ateneo de Madrid, que por primera vez entregaba este galardón a un evento no relacionado con las artes clásicas (pintura o escultura). Uno de sus mayores espaldarazos vino de Brasil, donde en 1961 un jurado presidido por Oscar Niemeyer le otorgó la medalla de oro en la VII Bienal de Sao Paulo de Planificación de Concentraciones Urbanas.

En todos estos premios, así como en la promoción de su legado, jugó un papel destacado el trabajo fotográfico de Joaquín del Palacio (Kindel), autor de las fotografías de este reportaje, que se convirtió en uno de sus mejores aliados en la propagación de la expresión plástica de su arquitectura. En 1998, el Ministerio de Fomento edita la Guía de Arquitectura para catalogar e inventariar el Patrimonio Arquitectónico de España. Un comité de selección formado por siete catedráticos de todo el país crea una guía con las 767 obras de mayor calidad del siglo XX, y dentro de este distingue 17 de ellas como ‘obras maestras’. Una de ellas es Vegaviana.

“Fernández del Amo influyó no solo en los arquitectos de la zona, sino en varias generaciones de profesionales que hemos tenido en su figura un modelo a seguir cuando se trata de hacer una arquitectura honesta, con pocos recursos, pero adaptada al medio y a las posibilidades técnicas del momento”, recalca Javier Marcos; “Vegaviana se encuentra entre las diez o doce mejores obras de la arquitectura española del siglo XX y como tal seguirá siendo valorada dentro de la historia de la Arquitectura”.


El reconocido arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza también dedicó a Vegaviana y a su artífice palabras de reconocimiento. “Ya está el agua, por obra de colonización, abriendo surcos de plata sobre la tierra, ahuyentando de paso a la encina que se refugia en el pueblo de nuevo para, antes de morir, brindar un último servicio al hombre: la sombra beneficiosa y la siesta grata bajo el sol abrasador de esta seca Extremadura. Vegaviana nace con árboles. Es curiosa la estadística para los árboles de París o Nueva York. Vegaviana les gana desde su niñez porque el arquitecto supo, entre encinas y con encinas, levantar una geometría perfecta de casas blancas”.



“Solo hay una arquitectura: la que sirve al hombre. Pero tenemos el deber, la responsabilidad de hacer que ese hombre quiera vivir mejor. Que la arquitectura le asista en una auténtica superación: la casa, el taller, la escuela, la iglesia, la ciudad. Desde fuera y por dentro, desde el urbanismo a la interioridad. Hacerle grato el entrar en la casa y el salir de ella. Quitar fronteras, chafar orgullos, reducir diferencias, que todo sea recinto de convivencia y el ámbito de su paz. Que la objetiva virtualidad del arte le llegue al espacio vital y al utensilio. Que se sienta bien y se haga mejor. Que le proteja de la intemperie y le alivie de las fuerzas oscuras que ensombrecen el mundo”.

José Luis Fernández del Amo (1914-1995)

Fernández del Amo en Roquetas de Mar (1962)
Fernández del Amo en Villalba de Calatrava (1955)

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