El profesor estadounidense Daniel Abrams saltó a los medios de comunicación en 2011, cuando su equipo vaticinó mediante modelos matemáticos la desaparición de las religiones a medio plazo en los nueve países que estudiaron. Eran Australia, Austria, Canadá, la República Checa, Finlandia, Irlanda, Países Bajos, Nueva Zelanda y Suiza, países en los que los censos disponían de datos de afiliación religiosa en el último siglo.
La tesis de Abrams, de la Universidad Northwestern, y sus colegas era sencilla y ya la habían aplicado para calcular el ritmo de desaparición de idiomas minoritarios. Los científicos parten de la base de que un grupo social con muchos miembros es más atractivo para un ciudadano, y de que un grupo social tiene un estatus y una utilidad. Por ejemplo, argumentaban, en Perú puede ser más útil y tener un estatus superior hablar español que quechua. Lo mismo estaría ocurriendo con las religiones en los países ricos, en los que las iglesias se vacían. Un Eurobarómetro de 2010 mostraba que el 51% de los europeos cree en un dios, otro 26% cree en alguna clase de “espíritu o fuerza vital” y un 20% es ateo. El ateísmo es mayor en Francia (40%), República Checa (37%) y Suecia (34%), pero sigue siendo residual en países como Grecia (4%) y Rumanía (1%).
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