lunes, 3 de octubre de 2022

camino lebaniego (6) de tama a santo toribio y vuelta a potes


    Comparada con la dureza de la etapa de ayer, hoy se nos presenta un paseo fácil, casi llano, de apenas 15 kilómetros. Vamos siguiendo el curso del río Deva hasta la salida de Potes, en la desviación a Santo Toribio. Más nogales, espinos blancos, castaños y zarzamoras por un camino paralelo a la N-621. En Ojedo nos acercamos a ver los hornos de La Providencia, de la mina de este nombre, de mediados del siglo XIX y en declive en 1930. Era una batería de hornos cilíndricos para calcinar la calamina, de los que solo quedan dos, y que enviaban al norte por la ría Tina Mayor. Atravesamos el río Bullón y, enseguida, llegamos a Potes, una población grande, turística, con un casco antiguo precioso con casonas, puentes sobre el Deva y corredores de piedra.

    Dejamos la compañía de la nacional y salimos en paralelo a la regional 185 hasta desviarnos por la carretera al Monasteio de Santo Toribio de Liébana, final de nuestro camino y principo del Camino Vadinense, que conecta con el Camino Francés en León. 

    El Monasterio resulta decepcionante, pues no queda nada de las construcciones prerrománicas de los siglos X y XI. En la iglesia actual, nos cuentan que de gótico monástico de influencia cisterciense, nos llama la atención la imagen policromada yacente de Santo Toribio, de madera saqueada, sin manos y llena de cortes, del siglo XV, y el leño de la cruz de Cristo, Lignus Crucis, que es su gran reliquia, y objetivo de las peregrinaciones a este Monasterio, al que llamaban la pequeña Jerusalén. Este trozo de madera de ciprés palestino, de hace unos 2.000 años, se trajo en l siglo VIII junto a los restos de Santo Toribio desde Astorga; ya que fue éste quien la había traído desde Roma en el siglo VI. Hoy se conserva en la capilla de estilo barroco colonial, construida en el siglo XVIII por el Inquisidor de la Corte de Madrid y Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, natural de Turieno, Francisco de Otero y Cossío. El claustro es del XVII, de estilo herreriano, y cuelga en sus paredes copias de los Comentarios sobre el Apocalipsis de San Juan del Beato de Liébano. Todo el edificio estaba en un estado ruinoso y fue restaurado en 1960, perdiendo casi todo su encanto. Desde entonces se hacen cargo de él los frailes franciscanos.

    Dan una misa para los peregrinos, en la que leen Javi y Pepi. Ella se emociona cuando el fraile les baja la cruz donde está insertado el leño para que la toquen. Tiene un gran sentido para aquellos que tienen una vida religiosa; pero no para nosotros, que aprovechamos este tiempo para visitar la ermita de San MIguel, con una preciosa talla de madera del arcángel que parece hecha por la navaja afilada de un pastor.

    Al finalizar, nos da una charla sobre la historia del monasterio la cuidadora laica; un extraño personaje egocéntrico, periodista e hija del que hizo analizar el lignus crucis y que se crió entre estas paredes. Es altiva y presumida. No entendemos por qué ella firma la Lebaniega, que es una especie de certificado de la peregrinación expedido por la Iglesia, cuando ella es y presume de ser laica. No es que nos importe, pero lo vemos decepcionante para los peregrinos con motivos religiosos. Nos crea una especie de animadversión, y más aún cuando descubrimos que la carretera continúa justo hasta la puerta de la finca donde vive, a unos dos kilómetros del monasterio.

    Volvemos a Potes caminando. Paseamos por el mercado callejero de los lunes, San Lunes, y el centro. Caen cervezas y sidrinas en las terrazas junto al río y, finalmente, comemos en una casa de comidas con menú barato lleno de guisos. Ana se mosquea porque ella está harta de tanta legumbre gasificante, y prefería otro tipo de comida. Volvemos a los potajes y los cocidos montañeses. Tiene razón Ana, nos estamos pasando.

    Por la tarde vamos a Magrovejo, que nos han vendido como pueblo muy bonito, por una carretera llena de curvas. Es un pueblo muy pequeño de piedra y tejados rojos rodeado de una gama de verdes sobre un fondo de picachos espectaculares. Visito el museo de la escuela, con una clase antigüa con pupitres de madera, pizarra y globo terráqueo, libros escolares, juegos de calle, como una comba de rama de parra, bolos de madera o el mocho, y fotos de escolares de la comarca.

    Seguimos nuestra ronda de terrazas en Potes, comentando el camino. Ángel propone comer alejados del centro. Acabamos en un restaurante de sudamericanas. Al entrar se levantan de una mesa la cocinera y las camareras, que hacían bulto, y solo queda una pareja de tortolitos amigos de la dueña. El menú es el típico lebaniego, con potajes y cocidos. Me como una ensalada templada. El hostal está muy bien, el mejor del camino y el más barato. Esperamos dormir como un lirón cansado y harto de cocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario