domingo, 2 de octubre de 2022

camino lebaniego (05) de cicera a tama


    A pesar de que bajamos a las siete y media, salimos nuevamente a las nueve. Nuria nos dejó preparado el desayuno en el salón rancio. Café con leche, mermeladas y pastelería industrial de muy dudosa calidad.

    Hace fresquito por la mañana, pero no parece que vaya a llover. Cargamos las mochilas y bajamos hasta la Riega Cicera, atravesamos el puente y subimos y subimos por la hermosa vertiente empinada, pisando hojas podridas, barro orgánico, y escaleras de piedra, bajo viejas y enormes hayas que se distribuyen como columnas de una catedral. Ana las abraza captando su energía. Javi sigue con su teoría de que el árbol templo es un roble exento, bajo el que se reunían los druidas. Al llegar arriba, y cambiar de valle, los árboles se tornan robles y el camino se llena de plastas de vaca. Al cambiar de sentido en el final del valle, los robles cogen mejor color, se hacen más lozanos, más verdes. El camino se llena de manantiales en la cara norte. Bajamos después bajo las encinas y algunos viejos enebros. Sobre nuestras cabezas los hitos del Pico y Cueto Agero, grisáceos, blanquecinos, con hilos verdosos en las grietas. Abajo, por fin, el Deva, el río sagrado, y la iglesia de Santa María de Lebeña. Nos ha gustado tanto este tramo del camino que pensamos que estaría bien pasar una semana en Cicera haciendo rutas.

    Santa María de Lebeña es una iglesia prerrománica de siglo X, de piedras naranjas y rojizas. Tiene tres naves con tres ábsides, tres bóvedas de cañón, arcos de herradura y columnas con capiteles corintios. Conserva el frontal de altar labrado en un bloque de arenisca con círculos adornados geométricamente que recuerdan a los celtas. El retablo está lleno de frailes de colores, con esa forma extraña de cortarse el pelo, y cabezas con alas de angelitos con un peinado parecido. También, en el centro, está la Virgen de la Buena Leche amamantando a su niño, que sostiene una paloma. San Roque, con su perro, está en una capilla del XVI. Lleva un sombrero alto y capa, que se levanta para enseñar sus heridas. La puerta y el pórtico son del siglo XVIII. El campanario es muy nuevo, pues se hizo cuando la iglesia se declaró BIC y hubo que tirar el pegote que se había puesto. Entonces se construyó uno apartado de la iglesia, con tan semejantes características que da el pego. Como están en misa, tenemos que esperar en el atrio para la visita guiada, junto a unos turistas y el peregrino de Marbella.

    La guía es especialmente agradable. Nos acaricia los oídos con sus explicaciones. Ella habla como vecina de Lebeña, devota de la Virgen y orgullosa de su iglesia. Nos cuenta la historia desde el que la vive, como el que cuenta un cuento. El tejo y el olivo, el robo de la Virgen, el campanario...Nos masajea. Nos hace felices. 

    La subida a Allende, Cabañes y Pendes es interminable. Entre encinas subimos y subimos sin descanso. Casi tocamos los picachos, ya sin vegetación. Javi ya no puede y se queja porque nos han hecho subir en vez de seguir el río Deva, la divina, la diosa. En Pendes empezamos a bajar  entre encinas hacia los castaños milenarios, siguiendo el camino que nos indica una paisana. La enormidad de estos castaños, su edad, dan sentido a esta cuesta infinita. Javi se rinde y acepta uno de estos castaños como lugar de reunión, como templo. Subimos otro poco. Arriba del todo hay un merendero donde comen los viajeros que subieron en autos 4x4. Bajamos a trote para no cargarnos las rodillas. Allí abajo está el valle de Liébana. Nuestro destino: Tama. Un pueblo más grande, con industria. Cuando cruzamos el puente, Pepi nos espera con la comida ya preparada, ya que el restaurante Fofi ya ha cerrado la cocina. En la terraza del jardín del hostal , El Corcal de Liébana, nos comemos otro potaje de garbanzos para chuparse los dedos.

    La habitación parece la de un cuento de Andersen, con las tres camitas paralelas. Dormimos una siesta y luego vamos a ver cómo se fabrica el famoso orujo de Liébana. A una empresa que se llama Orulisa. Isabel nos lo muestra y explica detenidamente. Aquí, en todas las casas se destilaba la uva en alquitaras de bronce hasta que se prohibió. Entonces, la madre de Isabel tuvo la idea de montar una empresa con mogollón de alquitaras de cobre donde los vecinos podrían hacer su orujo legalmente. La diferencia con el alambique es que es de condensación lenta y conserva muchos más aromas. Le compramos orujo, licor de hierbas y un extraño vino con un fuerte sabor a uva, como si no acabara de hacerse, y demasiado caro. Pero es que esta mujer y su hija autista nos han conquistado.

    En Tama también está el Centro de Interpretación de los Picos de Europa, un edificio demasiado grande para lo que contiene. Casi todo son fotos y recreaciones de plástico decadentes. Solo veo interesante la parte de geología y etnología, bastante pobres. Y, sobre todo, el mapa de rutas que te regalan a la entrada. También un hermoso tejo que tienen en el patio de entrada.

    Cenamos de tapas aprovechando que por fin hemos llegado aun pueblo que tiene bares: Peña Ventosa, de viejos rockeros rodeando un juego de mesa, y Casa Fifo, con mejores tapas; el uno enfrente del otro.

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