Por eso odio estos Año Nuevo que caen como vencimientos fijos, que convierten la vida y el espíritu humano en una preocupación comercial con su pulcro saldo final, sus montos pendientes, su presupuesto para la nueva gestión. Nos hacen perder la continuidad de la vida y el espíritu. Terminas pensando seriamente que entre un año y el siguiente hay una pausa, que comienza una nueva historia; haces resoluciones y te arrepientes de tu irresolución, y así sucesivamente. Esto es generalmente lo que está mal con las fechas.
Quiero que cada mañana sea un año nuevo para mí. Todos los días quiero contar conmigo mismo, y todos los días quiero renovarme. Ningún día reservado para descansar. Yo mismo elijo mis pausas, cuando me siento embriagado por la intensidad de la vida y quiero sumergirme en la animalidad para sacar de ella un nuevo vigor.
Sin tiempo espiritual. Me gustaría que cada hora de mi vida fuera nueva, aunque conectada con las que han pasado. Ningún día de celebración con sus ritmos colectivos obligatorios, para compartir con todos los desconocidos que no me importan. Debido a que los abuelos de nuestros abuelos, etc., celebraron, nosotros también deberíamos sentir la necesidad de celebrar. Eso es nauseabundo.Yo también espero el socialismo por esta razón. Porque tirará a la basura todas estas fechas que no tienen resonancia en nuestro espíritu y, si crea otras, serán al menos las nuestras, y no las que tengamos que aceptar sin reservas de nuestros tontos antepasados.
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