sábado, 18 de julio de 2020

los cigarrillos de stalin y sus súbditos

Los artistas fumaban Kazbek y el propio diseño de los paquetes sugería libertad: un caballo al galope y un jinete, y en segundo plano el monte Kazbek. Se decía que el mismo Stalin había aprobado la ilustración, aunque la marca que fumaba el Gran Líder era Herzegovina Flor. Los fabricaban expresamente para él, con la precisión aterrorizada que cabía imaginar. No es que Stalin hiciera algo tan simple como meterse un Herzegovina Flor entre los labios. No, prefería romper el tubo de cartón y después desmenuzar el tabaco para introducirlo en su pipa. El escritorio de Stalin, decían los que lo sabían a los que no lo sabían, era un revoltijo de papel desechado y cartón y ceniza.

Nadie más fumaba Herzegovina Flor en presencia del líder, a menos que él ofreciera un cigarrillo, un motivo para que el afortunado intentara a hurtadillas guardárselo sin fumar para más tarde enseñarlo como una santa reliquia. Los que ejecutaban las órdenes de Stalin tendían a fumar Belomor. Lo fumaban los miembros de NKVD. El dibujo del paquete mostraba un mapa de Rusia; señalado en rojo aparecía el canal del Mar Blanco, que daba nombre a los cigarrillos. este gran logro de principios de los años treinta había sido construido por presidiarios. Excepcionalmente, se hizo mucha propaganda de este hecho. Se afirmaba que mientras construían el canal los presos no solo estaba contribuyendo al progreso del país, sino también "rehabilitándose". Bueno, los peones habían sido cien mil, por lo que es posible que algunos de ellos hubieran podido mejorar moralmente; pero se decía que una cuarta parte había muerto, y evidentemente éstos no se habían rehabilitado. Eran solo las astillas que habían saltado mientras cortaban la madera. Y el NKVD encendía sus Belomor y en el humo que ascendía vislumbraban nuevos sueños en que blandían el hacha.

Julian barnes en El ruido del tiempo, traducido por Jaime Zulaika, Editorial Anagrama, Barcelona 2016

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