Aunque él es un auténtico cascarrabias, Rocío no tiene nada que ver. Es simpática y atenta. En este pequeño bar con olor a aceite rancio, escondido de la calle de la Espada, te pone guisotes de tapa con una caña por 1,40 euros. Todos los clientes la saludan y hablan con ella, son parroquianos que vienen de cháchara. Antes de irme, me pregunta si me gustaron las pintas con oreja. ¡Estupendas!
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