En el año 42, un artículo de ABC habla de un kilómetro de hulla ardiente en sus galerías, cuyo origen achaca a la ineptitud y total desconocimiento de la técnica minera de los ocupantes durante la incautación anarquista en los tres años de Guerra Civil. Habían convertido la mina en un brasero, asegura. Y la Sociedad Hullera de San Sebastián lo intenta solucionar taponando las galerías con muro de ladrillo, para evitar que el oxígeno reavive las llamas, y tapando la huya incandescente con greda húmeda. Antepone salvar vidas humanas, no ha habido ningún accidente mortal, sin olvidar la necesidad que tiene el país en esos momentos de la riqueza hullera de la mina. Sus carbones eran considerados de primera calidad. Abastecían a ferrocarriles. Tres mil. toneladas mensuales les facturaban. El precio sobre vagón era de 38 pesetas la tonelada de menudo, 55 la avellarife y 67 el grueso. En realidad, muchos batallones de trabajadores presidiarios redimían sus penas trabajando en las minas.
Aún se conservan los castilletes de los dos pozos junto a las ruinas de sus casas de máquinas, los lavaderos de carbón y una bella chimenea de fundición coronada por un nido de cigüeñas.
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