Elizabeth Lee Miller (1907-1977), ha dejado de ser un dulce objeto de deseo, modelo exitosa en Nueva York y modelo y musa de artistas surrealistas en París, para convertirse en una fotoperiodista de combate, una persona increíble. Desembarcó en Normandía, caminó bajo las bombas, pisó los cadáveres de la playa de Omaha, atravesó Berlín en llamas con sus pantalones y su chupa de cuero. El 29 de abril de 1945, caminó por las puertas de Dachau, liberada por las fuerzas estadounidenses. Profundamente impactada, fotografió la evidencia del exterminio de los judíos por parte de los nazis y otros enemigos del Tercer Reich. Las imágenes son crudas y repugnantes, y no han perdido ninguno de sus impactos emocionales. Más tarde, acompañó a las IG en Múnich, donde descubrieron el apartamento de Hitler. Allí se fotografió desnuda en el baño de Hitler. Es una imagen sorprendente, inquietante. Creo que ella estaba metiendo dos dedos en la herida de Hitler, dice su hijo Antony Penrose. En el piso están sus botas, cubiertas con la suciedad de Dachau, que ha pisado por todo el piso del baño de Hitler. Ella está diciendo que ella ha vencido. Pero lo que no sabía era que unas horas más tarde, en Berlín, Hitler y Eva Braun se matarían en su búnker .
Cuentan que cuando volvió a París, ya liberado, estaba tan cubierta de barro que ni su colega Picasso la reconoció. En su vida posterior Miller sufrió de trastorno de estrés postraumático que la llevó al alcohol y al maltrato a su hijo. La guerra le había pasado factura. Las últimas imágenes que se tienen de Miller es en la cocina, preparando una tarta, con su marido, estampa convencional, pacífica, monógama. Según cuentan, su mente imparable siguió fluyendo, incluso en la cárcel doméstica: igual cocinaba un pescado azul homenajeando a Miró -con un retrete en la cabeza- que lavaba las espinacas en la lavadora. Nunca dejó de ser surrealista.
Cuentan que cuando volvió a París, ya liberado, estaba tan cubierta de barro que ni su colega Picasso la reconoció. En su vida posterior Miller sufrió de trastorno de estrés postraumático que la llevó al alcohol y al maltrato a su hijo. La guerra le había pasado factura. Las últimas imágenes que se tienen de Miller es en la cocina, preparando una tarta, con su marido, estampa convencional, pacífica, monógama. Según cuentan, su mente imparable siguió fluyendo, incluso en la cárcel doméstica: igual cocinaba un pescado azul homenajeando a Miró -con un retrete en la cabeza- que lavaba las espinacas en la lavadora. Nunca dejó de ser surrealista.
Ya fallecida Lee, Suzanna, la mujer de su hijo Antony, se topó por casualidad con su obra perdida, en el desván de Farm House. Unas 60.000 fotografías de la Segunda Guerra Mundial, diarios, cartas personales, souvenirs y cámaras de fotos antiguas. Paradógicamente, el hijo maltratado que no quería saber nada de su madre -no sabía ni que había sido reportera de guerra-, desgranó su biografía nada convencional y dio a conocer la parte escondida de su obra.
Archivos de Lee Miller
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