Del pueblo hoy solo quedan paredones de tapial derruidos y la fachada de la iglesia sin campana. El cementerio mantiene las tapias circundantes, aunque dentro es una maraña de coscojas, lentiscos, jaras y matas de romero sobre la que se elevan los estilizados y elegantes cipreses. El camino es ahora un arroyuelo de agua limpia que muere en el Jándula. Por un trozo de pared hundida se puede entrar.
Como quiera que la mina se cerró ocho años después de ser construido el pueblo y que quienes lo habitaban eran familias jóvenes, imaginamos que no hay muertos enterrados. Ni lápidas, ni cruces, ni ramos de flores secas debió haber nunca, ni un solo llanto. Sin embargo, próximo a las barriadas de los obreros existían charcas formadas por hundimientos del terreno sobre las galerías de la mina con pequeños pozos que desviaban los obreros para regar sus huertos. En apenas unos años la mitad de los habitantes de Nava de Río Frío estaban afectados de paludismo, llegando a ser el mayor foco de la provincia.
Sabemos que se instaló en 1927 un dispensario central antipalúdico cargado de quinina a solicitud de la empresa minera Sociedad de Peñarroya, a partir del cual médicos de la empresa mantuvieron sendos dispensarios en los centros de San Quintín y Asdrúbal hasta 1932, y la Comisión Central trasladó el dispensario a Puertollano, a partir de marzo de 1931, en concomitancia con las obras del ferrocarril Puertollano-Córdoba y como uno de los servicios mixtos de higiene minera (anquilostomiasis y paludismo), por el cierre de la mina de La Nava.
Así que, cerca de la cruz central, escondida por la vegetación, puede verse una pequeña lápida sin cruz, rota y comida por el líquen, donde dice que Marianito Rubio Pareja subió al cielo el dos de abril de 1928 a la edad de siete meses. Y que sus pobres padres, olvidados de todos, muertos y ya enterrados sepa Dios dónde, no lo olvidan.
El ferrocarril y la minería extendieron el paludismo con su gran movimiento migratorio de personas. La minería especialmente por el movimiento de braceros temporales que venían de otras regiones en invierno para mover los terrenos y que volvían a su tierra a las labores agrícolas en verano. Luego, se desarrollaba en unas malas condiciones higiénicas, con lavaderos sucios, agua estancada y abundante vegetación. La salud del infeliz obrero, víctima constante de rebeldísima infección malárica escribe Juan Tomás García en su libro sobre la minería sevillana del carbón.
La Sociedad Minera utilizaba dos pantanos, dos embalses y dos arroyos para el desagüe de las minas. Para combatir el paludismo se utilizó petróleo, “verde parís” y gambusias. Para favorecer el crecimiento de los peces y su acceso a los nidos de larvas se realizó un aclarado de la vegetación vertical y se suprimió la horizontal. El tratamiento terapéutico se realizó con dosis de 1 gr de quinina durante seis días y diez días con plasmoquina. Por encargo de la Dirección General de Sanidad, se llevó a cabo en 1927 una campaña antipalúdica, con la colaboración de los doctores Fábrega y Cienfuegos y la coordinación de Emilio Luengo. Estos últimos facultativos detectaron que de los 703 habitantes censados, 369 estaban afectados de paludismo.
A partir de 1928 la Sociedad de Peñarroya estableció de forma permanente un Laboratorio de Profilaxis e Higiene Industrial, con el fin de realizar un seguimiento del paludismo de 1928 a 1932. Bajo la dirección facultativa de M. Maldonado las analíticas realizadas fueron:
Año Nº de análisis totales Análisis positivos Gastos quinina
1928 1092 35% 10.071 gr
1929 4567 46% 86.902 gr
1930 6170 49% 91.415 gr
1931 4460 43% 41.433 gr
1932 1895 29% 10.318 gr
Se capturó A. maculipennis en un 58% de los casos y por centenares en las cuadras. Se detectaron fiebres tercianas y perniciosas. Maldonado suministró a los enfermos 1 gramo de quinina durante seis días y durante los siguientes diez días plasmoquina con buenos resultados. En 1932 se suministraron además 40.000 tabletas de plasmoquina. Además se utilizaron 851 Kg de “verde parís” en la campaña antipalúdica. A pesar de los ejemplos descritos, el paludismo no era una enfermedad endémica de las cuencas mineras, sino más bien que las minas estaban enclavadas en lugares palúdicos. Además, la remoción continua de tierras y el lavado de los minerales formaban depósitos de agua permanentes que podían convertirse en focos de paludismo. La falta de medicación preventiva por un lado y por otro la falta de vigilancia en la administración de la quinina para los obreros, acabó provocando un aumento en la incidencia de la enfermedad.
La erradicación del paludismo en España. Aspectos biológicos de la lucha antipalúdica. Memoria de Tesis Doctoral de Balbina Fernández Astasio. Universidad Complutense de Madrid, 2002.
Félix encontró dos lápidas
Como quiera que la mina se cerró ocho años después de ser construido el pueblo y que quienes lo habitaban eran familias jóvenes, imaginamos que no hay muertos enterrados. Ni lápidas, ni cruces, ni ramos de flores secas debió haber nunca, ni un solo llanto. Sin embargo, próximo a las barriadas de los obreros existían charcas formadas por hundimientos del terreno sobre las galerías de la mina con pequeños pozos que desviaban los obreros para regar sus huertos. En apenas unos años la mitad de los habitantes de Nava de Río Frío estaban afectados de paludismo, llegando a ser el mayor foco de la provincia.
Sabemos que se instaló en 1927 un dispensario central antipalúdico cargado de quinina a solicitud de la empresa minera Sociedad de Peñarroya, a partir del cual médicos de la empresa mantuvieron sendos dispensarios en los centros de San Quintín y Asdrúbal hasta 1932, y la Comisión Central trasladó el dispensario a Puertollano, a partir de marzo de 1931, en concomitancia con las obras del ferrocarril Puertollano-Córdoba y como uno de los servicios mixtos de higiene minera (anquilostomiasis y paludismo), por el cierre de la mina de La Nava.
Así que, cerca de la cruz central, escondida por la vegetación, puede verse una pequeña lápida sin cruz, rota y comida por el líquen, donde dice que Marianito Rubio Pareja subió al cielo el dos de abril de 1928 a la edad de siete meses. Y que sus pobres padres, olvidados de todos, muertos y ya enterrados sepa Dios dónde, no lo olvidan.
El ferrocarril y la minería extendieron el paludismo con su gran movimiento migratorio de personas. La minería especialmente por el movimiento de braceros temporales que venían de otras regiones en invierno para mover los terrenos y que volvían a su tierra a las labores agrícolas en verano. Luego, se desarrollaba en unas malas condiciones higiénicas, con lavaderos sucios, agua estancada y abundante vegetación. La salud del infeliz obrero, víctima constante de rebeldísima infección malárica escribe Juan Tomás García en su libro sobre la minería sevillana del carbón.
Comercialización de la quinina en 1928 |
La Sociedad Minera utilizaba dos pantanos, dos embalses y dos arroyos para el desagüe de las minas. Para combatir el paludismo se utilizó petróleo, “verde parís” y gambusias. Para favorecer el crecimiento de los peces y su acceso a los nidos de larvas se realizó un aclarado de la vegetación vertical y se suprimió la horizontal. El tratamiento terapéutico se realizó con dosis de 1 gr de quinina durante seis días y diez días con plasmoquina. Por encargo de la Dirección General de Sanidad, se llevó a cabo en 1927 una campaña antipalúdica, con la colaboración de los doctores Fábrega y Cienfuegos y la coordinación de Emilio Luengo. Estos últimos facultativos detectaron que de los 703 habitantes censados, 369 estaban afectados de paludismo.
A partir de 1928 la Sociedad de Peñarroya estableció de forma permanente un Laboratorio de Profilaxis e Higiene Industrial, con el fin de realizar un seguimiento del paludismo de 1928 a 1932. Bajo la dirección facultativa de M. Maldonado las analíticas realizadas fueron:
Año Nº de análisis totales Análisis positivos Gastos quinina
1928 1092 35% 10.071 gr
1929 4567 46% 86.902 gr
1930 6170 49% 91.415 gr
1931 4460 43% 41.433 gr
1932 1895 29% 10.318 gr
Se capturó A. maculipennis en un 58% de los casos y por centenares en las cuadras. Se detectaron fiebres tercianas y perniciosas. Maldonado suministró a los enfermos 1 gramo de quinina durante seis días y durante los siguientes diez días plasmoquina con buenos resultados. En 1932 se suministraron además 40.000 tabletas de plasmoquina. Además se utilizaron 851 Kg de “verde parís” en la campaña antipalúdica. A pesar de los ejemplos descritos, el paludismo no era una enfermedad endémica de las cuencas mineras, sino más bien que las minas estaban enclavadas en lugares palúdicos. Además, la remoción continua de tierras y el lavado de los minerales formaban depósitos de agua permanentes que podían convertirse en focos de paludismo. La falta de medicación preventiva por un lado y por otro la falta de vigilancia en la administración de la quinina para los obreros, acabó provocando un aumento en la incidencia de la enfermedad.
La erradicación del paludismo en España. Aspectos biológicos de la lucha antipalúdica. Memoria de Tesis Doctoral de Balbina Fernández Astasio. Universidad Complutense de Madrid, 2002.
Félix encontró dos lápidas
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