José Luis y yo estábamos charlando con la diputada de EH Bildu Marian Beitialarrangoitia cuando de repente apareció Martín Villa. Nunca he estado tan cerca de uno de los asesinos, de los que dieron la orden de disparar contra la asamblea de trabajadores.
Buenos días. ¿Te acuerdas de Vitoria? Se quedó petrificado. Nos miró a la cara. Le explicamos que éramos víctimas del 3 de Marzo (de 1976) y nos plantó cara educadamente, pero de una manera muy fría. Estaba claro que quería hablar, pero no había humanidad en su forma de expresarse.
Sin mediar más preguntas, nos dijo que estaba dispuesto a declarar, pero que las altas instancias judiciales se lo impedían. Yo sabía que no íbamos a sacar nada en cuanto a un reconocimiento político o algo así, pero al menos intenté que reconociera que aquello estuvo mal y que pidiera perdón. Se cerró en banda y no paró de repetir: "No tengo nada que ver con ningún genocidio ni con ninguna masacre". Incluso llegó a decir que tenía la misma responsabilidad que hubiera podido tener el ministro de Agricultura de la época. Es decir, ninguna porque él no dio ninguna orden.
Martín Villa repetía que no tenía ninguna responsabilidad y que no tenía que pedir perdón por nada. Durante años he aprendido a domesticar el odio, la rabia y el rencor que siento hacia los asesinos de mi hermano, pero cara a cara con Martín Villa no pude reprimirme ante sus muestras de prepotencia y le dije: "Usted es muy mayor y tarde o temprano morirá. Entonces, no sé dónde, se encontrará con mi padre y le aseguro que él no le va a hablar tan tranquilo como yo".
He visto sufrir mucho a mi padre y madre durante toda la vida a cuenta de lo que pasó con mi hermano y el resto de sus compañeros. Mi padre siempre tuvo claro quién era el asesino.
Martín Villa se ha retratado y con él la catadura moral de esta democracia que es capaz de condecorar y reconocer a una persona que no tiene ningún tipo de empatía hacia las víctimas y su sufrimiento. Se portó como un muro de piedra.
Sin mediar más preguntas, nos dijo que estaba dispuesto a declarar, pero que las altas instancias judiciales se lo impedían. Yo sabía que no íbamos a sacar nada en cuanto a un reconocimiento político o algo así, pero al menos intenté que reconociera que aquello estuvo mal y que pidiera perdón. Se cerró en banda y no paró de repetir: "No tengo nada que ver con ningún genocidio ni con ninguna masacre". Incluso llegó a decir que tenía la misma responsabilidad que hubiera podido tener el ministro de Agricultura de la época. Es decir, ninguna porque él no dio ninguna orden.
Martín Villa repetía que no tenía ninguna responsabilidad y que no tenía que pedir perdón por nada. Durante años he aprendido a domesticar el odio, la rabia y el rencor que siento hacia los asesinos de mi hermano, pero cara a cara con Martín Villa no pude reprimirme ante sus muestras de prepotencia y le dije: "Usted es muy mayor y tarde o temprano morirá. Entonces, no sé dónde, se encontrará con mi padre y le aseguro que él no le va a hablar tan tranquilo como yo".
He visto sufrir mucho a mi padre y madre durante toda la vida a cuenta de lo que pasó con mi hermano y el resto de sus compañeros. Mi padre siempre tuvo claro quién era el asesino.
Martín Villa se ha retratado y con él la catadura moral de esta democracia que es capaz de condecorar y reconocer a una persona que no tiene ningún tipo de empatía hacia las víctimas y su sufrimiento. Se portó como un muro de piedra.
Eva Barroso, hermana de uno de los cinco trabajadores asesinados el 3 de marzo de 1976 por disparos de la policía, en El Diario Norte. Este encuentro ocurrió en el 40 aniversario de la Constitución, donde Martín Villa fue condecorado.
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