Al tercer día de vivir en el centro, uno empieza a odiarlo. Todo tan lleno de terrazas y las terrazas tan llenas de turistas que comen fritos y paellas. Tan lleno de tiendas iguales a las de todas partes. Cuando uno se va alejando, va respirando. Hoy Luis Ruiz nos llevará a Pedregalejo, más allá de La Caleta, aprovechando que quiere hacer su dibujo para el periódico en el astillero.
Atravesamos los palacetes y casas de Reding, Sancha y Sebastián Elcano. Llegamos a una playa de Pedregalejo con casitas de pescadores cuyos patios daban a la playa, según vemos en alguna ruinosa muestra, y que han virado 180 grados con la construcción del paseo marítimo. Aquí es todo proporcional a un hombre sencillo cuyo ego no precisa arquitectos. Desgraciadamente, el astillero está cerrado. Es una nave con un montón de troncos apoyados en la fachada. Nos tomamos un café en un chiringuito lleno de guiris estudiantes y luego vemos las casas, el pequeño mercado, donde solo queda una pescadería y una frutería en un lateral, quedando el resto como centro social. Dibujamos casas en Sebastián Elcano y una calle estrecha que sube al cerro, Vicente Espinel, y que Luis considera que será su tema.
Comemos en El Morata, otro chiringuito de la playa, unos espetos de sardinas con ensalada de pimientos, pequeños calamares y unos boquerones rebozados que parecen chips de tan delicado crujiente y cero aceite. Magnífico.
A la vuelta visitamos el decadente Balneario del Carmen, cuyo jardín fuera también camping. Volvemos en bus al centro y, junto al río, visitamos el Museo de Artes y Costumbres Populares en una antigua casona de dos plantas, que fuera el Mesón de la Victoria, articulada alrededor de un hermoso patio. Aquí las paredes encaladas se han embellecido con el paso del tiempo. Los suelos de barro cocido, los techos de madera. En las paredes cuelgan parrillas de planchas, candiles, jaulas, herramientas de guarnicioneros, de herreros, de panaderos, cristales pintados con santos lozanos. La pieza que más me gusta es un Cristo de la Columna de barro pintado.
Descansamos un poco y probamos el caldillo Pinta Rojo, muy apropiado para el invierno, y recorremos las librerías abajo de la Merced. Cenamos en casa una ensalada y hacemos las maletas.
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