Aurelio me cuenta que algunos vecinos se metieron en hipotecas, coches y caballos por capricho sin ganar demasiado dinero, y que ahora están en el paro y no los pueden vender porque nadie los compra. Uno de ellos compró un mulo y lo dejó en el cercao sin poderlo alimentar. Él echaba una alpaca de paja por la valla cada tres días, para que no muriese. El dueño se lo regaló y ahora lo tiene atado en este solar para que coma hierba junto al suyo. Tiene marcadas las costillas pero si vienes por aquí dentro de un mes lo verás lustroso como el mío, dice. Me ofrece un caramelo de café, para la garganta. Me tomo uno cuando tengo telillas. También lleva tabaco, pero solo para ofrecer cigarrillos y charlar un poco. Tiene ochenta y seis años y está como una rosa.
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