Hoy nos dedicamos a recorrer pueblos. No quisiera aburrir pormenorizando. En general, no hay casa que no sea blanca. Las antiguas con piedras de lava negra en las esquinas y algún friso. Los techos a dos aguas, con tejas las más nobles, e incluso una serie de tejados seguidos a cuatro aguas, a la manera portuguesa. Muchas analogías con el urbanismo del sur de Portugal (Vila Real de Santo Antonio, Tavira, Faro...): este tipo de tejados, ventanas de madera pintada con mucho cristal y sin rejas, adoquines negros (aquí hechos de piedra volcánica) y muchas palmeras (también el árbol de la pimienta y algún eucalipto). Las iglesias sin tejas, acaban en la simple bóveda de cañón, de las que bajan grandes arbotantes. Blancas también, con piedra volcánica negra haciendo bandas en las esquinas y roja en los adornos de las puertas y fachada. Dentro, las bóvedas están tapadas con artesonados de madera importada, pues aquí no hay árboles. Suelos también de piedra volcánica negra, entreverada con terrazo. Dada la fuerza del sol, la gente mayor sigue usando sombrero de fieltro oscuro (también los jóvenes en el campo) y las señoras pañuelo, costumbres perdidas en los jóvenes y las ciudades en general. Plazas y casas tienen poyos, donde se sientan los mayores a la sombra y aún queda alguna taberna de esas de barra de obra, suelo de cemento y techo de madera donde huele a vino y hay tapas de cocina (el bar Stop, muy recomendable, junto al Ayuntamiento de Yaiza, es estanco y quiosco de prensa también y tiene unos precios más que asequibles). Cada ciudad pinta sus taxis de diferentes colores, siendo los más chulos los rojos con techo gris de Playa Blanca.
Nos llama la atención: la plaza escalonada de San Bartolomé, llena de palmeras y setos de plantas crasas con muchos años, hermosa iglesia y casas sencillas; el Museo de Recuerdos de Mario Mago Baranco, de lágrima dulse, a la entrada de Teguise, con alguna que otra joya pero demasiado parecido a un cementerio plagado de magia negra a la cubana; Teguise en general, antigua capital, casas e iglesias antiguas, la Cilla, suelos y bancos de piedra volcánica, bonitas casas con tiendas y bares para los turistas que no llegan, un pueblo vacío con muchos servicios, fantasmal; iglesia de Los Valles, blanca de arriba a abajo, y el propio valle lleno de terrazas de cultivo visto desde arriba, al salir del pueblo; espectacular vista del cortado en el balcón del Restaurante Los Helechos; bajada espectacular por el Valle de Malpaso hasta ese inmenso palmeral donde menudean las casitas blancas de Haría y Magués, dos pueblos donde apetece vivir, los más rebonitos; el cortado del Mirador del Río por donde suben las nubes a toda velocidad y puede verse La Graciosa cuando ellas te lo permiten; el Club de Bolos de Tehiche y la pequeña iglesia enfrente de la dulcería, sus contrafuertes se extienden alejándose de la nave, entre ellos las jóvenes parejas se besan; y el Jardín de los Cactus en medio de los criaderos de cochinillas (la grana cochinilla: un parásito de un tipo de cactus del que se saca el colorante natural carmín y que fué importado de México).
Entre nubes y sol, me pillo un constipado. Nos tomamos un café caliente oyendo cantar las lágrimas negras en el Coffe Dreams de Playa Blanca, donde gusta de descansar Miguel Ángel. Cenamos y me acuesto con los vahos del Respibién y la dulce compañía de Ibuprofeno.
Sólo veréis finas líneas desde ahora. Me olvido el bolso con todo el material Dios sabe dónde. Me agrada pensar en la cara alucinada de un jovenzuelo que empezará a probar y probar pinceles y colores. El bonito principio de toda una carrera.
Con color o sin color, joyas. Esperemos que caiga en buenas manos y le sea fructífero. Semejante regalo de los dioses del destino, no puede ser malempleado, sería un sacrilegio.
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