viernes, 9 de septiembre de 2011
montañas del fuego
Hoy dedicamos el día a visitar el Parque Nacional de Timanfaya, cuyo logotipo es un diablo dibujado por César Manrique, que en los años sesenta acepta la dirección de arte de la isla. La impresión general es la de estar en otro planeta, en un planeta sin vida. Campos que parecen de alquitrán o una boñiga gigante que se reseca y se abre, del que se levantan montañas como escombreras, muchas de ellas truncadas y con un cráter en la parte superior. Asistimos como increíbles hombres menguantes a la petrificación del mundo de una forma instantánea, violenta. Esto se debe a que todo ocurrió antes de ayer (siglos XVIII y XIX) y la dulce lima del tiempo aún no ha empezado a trabajar.
Lo más interesante es que, al ser tan reciente, estamos justo en el momento de las primeras formaciones de flora y fauna a partir de la destrucción total y en unas pésimas condiciones de agua y temperatura. Un espectáculo casi microscópico (esporas que se agarran a las rocas, insectos diminutos que sobreviven de lo que el viento transporta, líquenes) que ya sube de nivel en forma de plantas marcianas carnosas y espinosas (escarchada, bejeque, verol) o el lagarto Haria y el perenquén rugoso.
El parque tiene muchas visitas que como ríos canalizan a los buses, donde escuchan una dramatización de las erupciones y su impacto mientras pasean por un Marte con banda sonora. Sin embargo casi nadie visita el centro de visitantes del Parque, donde se recibe la base geológica y biológica que lo justifica. Está en la entrada norte y es muy recomendable, Además es un espacio subterráneo muy bien ventilado con una temperatura mucho más baja y agradable que en el exterior.
También hay una pequeña visita en camello por las montañas rojizas. Todos hemos visto la postal. Esta visión será toda mi relación con semejante actividad. Lo curioso es que el camello no se ha introducido recientemente para las visitas turísticas, sino que se trajo del norte de África en el siglo XVI y ha sido animal de tiro y carga de los agricultores. Con ellos se ha arado y se han movido las norias para sacar agua. Actualmente apenas si queda agricultura. Algo de vid, cebollas y papas.
Cuando volvemos a casa, un italiano despistado en un golf, pierde su salida en la carretera y decide parar en mis narices, en mitad. A pesar de que freno, acabo tragándomelo. Me cargo la parte delantera pero, sobre todo, el radiador. Tenemos que esperar una grúa con un coche nuevo. Dibujo las vistas. Beni estaba despistada y se ha llevado un gran susto.
La Montaña Roja está envuelta en nubes y decidimos sólo visitar los faros de la Punta Pechiguera. Un altísimo faro de hormigón blanco se ríe del viejo destartalado, con los hierros comidos del salitre, los cristales apedreados y los muros llenos de pintadas y meadas.
Cenamos en plena feria de Yaiza. Aquí somos godillos despistados. Nos tratan de maravilla, con esa dulzura subyugante. Junto a la mesa de autoridades, caen unas papas y chorizo mientras, en el escenario, jóvenes bailarinas locales, aburren hasta al más aplatanado conejero.
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Siento el golpe del coche, y el susto.
ResponderEliminarHay paisajes, parajes que unos reflejan mejor que otros, estos parece que se formaron esperándote a que tú los dibujaras.