1.
Lo quemaron en la hoguera, por blasfemia,
los esbirros tridentinos de la fe,
los licores del amor y la bohemia
maquillaban sus arrugas y su sed.
Conjuraba con su verbo la epidemia
de un decenio tan vulgar y tan fané,
con su canto, su orfandad, su polisemia,
les quitó a las semifusas el corsé.
Qué más puedo decir, era mi hermano,
mi cómplice, mi cuate, mi maestro,
en un bar sin ventanas a la RAE.
Competía con Brassens cada verano,
tan anarquista y, sin embargo, diestro
en el apocalipsis según Krahe.
2.
Lo quise tanto que lo odiaba a veces
porque era tan mejor que me borraba,
multiplicó mis panes y mis peces
y temprano acabó lo que se daba.
Me quedé con el ruido, él con las nueces,
yo con el mal menor, él con las bravas,
ambos contra la gola de los jueces,
hasta en el diccionario cuecen habas.
Ejercí de escudero de su arte,
él me trataba como al pijoaparte,
amaba ser Caín si yo era Abel.
Cada cual a su forma y a su modo
compartimos buñueles contra nodos,
nunca tendré un compadre como él.
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