Desayunamos a la sombra de los olivos galletas de mantequilla y un bizcocho riquísimo que nos ha hecho la mujer de Cico. Luego, nos enseña la casa. Su madre está sentada junto a la chimenea. El tejado parece una huevera con los salientes de las bóvedas, desde allí se ve la selva de Fasano y enfrente el mar entre los olivos y algunos algarrobos, de donde sacan la garroba, una semilla color oscuro con sabor a cacao.
Vamos a Martina Franca, un pueblo de piedra encalada, ya en la provincia de Taranto. Las sociedades tienen en su escudo dos manos cogidas, como saludándose. Comemos en el restaurante Ai Portici, en los portales de la plaza semicircular. Una señora súper simpática nos pone una barbaridad de comida, tanto que nos llevamos para la cena. También nos dan unos folletos sobre la zona.
Por una carretera interior llegamos a la tierra de los trulli, unas pequeñas casas de piedras sujetas por su propio peso, sin argamasa, y con tejados abovedados de filas de lascas cerrándose en altura. Empezamos a ver algunos sueltos por el campo, Franco nos cuenta que están muy cotizados y es muy difícil encontrar alguno en venta. Nos lleva hasta Albarobello, donde hay un barrio completo de trulli. Comentan que su origen viene de la emigración de campesinos a esta ciudad, a los que permitieron asentarse siempre que sus casas fueran desmontables. Todos tienen más o menos el mismo tamaño, las casas mayores juntan varios. En sus cúpulas pueden verse pintados unos símbolos extraños, que en algún momento tendrían su sentido, ahora son tiendas para turistas.
Paso a mear a un pequeño museo que ha hecho un abuelo fascista con fotos antiguas de los trulli en 1922, herramientas de trabajo y muchos trastos, juguetes y objetos de su juventud. Tratamos de entrar en los trulli habitados y luego decidimos bañarnos antes de que se ponga el sol. Pasamos de Monopoli y paramos en una calita frente a la Isla del Ermitaño. Seguimos por las rocas y nos bañamos en una especie de piscina que nos libra de la mar agitada. Hervé se pone a cantar y Franco unas gafas y un cuchillo atado a una pierna para pescar un pulpo. Somos un grupo de amigos locos, dice Franco ya con la cabeza en Yemen, mientras hago unas fotos al pequeño puerto, los marineros y sus barcas.
Llegamos cansados a Bari. Nos duchamos. Quety sale a comprar algún regalo a Linda, la hermana de Franco, Raffaello la acompaña. Nos cenamos la carne sobrada de Martina Franca con cerveza.
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