miércoles, 6 de julio de 2016
otro paseo por la puglia
Franco madruga para hacernos el desayuno mientras la casa se ilumina. Salimos para Polignano a Mare. Paramos en el taller de la vespa de Franco. El puente sobre el río y las casas de piedra blanca. En una panadería comemos esa típica pizza que llaman focaccia, con bizcocho, pimienta y pomeroni.
En una cala el primo baño del año. La playa es pequeñita, pero no tiene casi gente. El mar está agitado. Beni está tumbada al sol, pero con la carne de gallina. Es maravilloso en septiembre. Hervé dice que ya era de justicia que apareciese el Adriático en mi cuaderno, esta alegría es lo que vengo buscando, que alegre mi vida triste y gris de París. Bari le hace feliz, él tiene vuelos directos desde París y viene a menudo a ver a su amigo Franco.
Locorrotondo es un pueblo circular, de más de 10.000 habitantes, elevado en un monte que perteneció al Reino de Aragón. En su precioso centro medieval se eleva la Torre del reloj y la iglesia románica de Nuestra Señora de Grecia. La catedral neoclásica es fea y cuadriculada. Unos cursillistas cantan acompañados de una guitarra. Sus paredes de piedra encaladas dan muy buen rollo, llenas de rincones, salientes y picos. Encontramos poemas en las paredes y en las escaleras, a verso por escalón. Nos comentan que el poeta se llama Guido Lupo.
En La Taberna del Duque pedimos vino de la zona. El más famoso es blanco espumoso, pero nosotros pedimos un tinto Tarantino de la Puglia. Me sorprende la flor de calabaza (zuca), una tortilla que amarguea y las fabes con achicoria. También el fuerte carácter de la jefa, que saca de quicio a Francesco.
Acabamos en la Masseria Trotta, una finca de olivos gigantes y milenarios, ya que aquí no se podan, a dos kilómetros de Fasano; una casa de descanso de paredes encaladas, que regenta una pareja de amigos de Francesco. Él es un barbado comunista de grabado de prensa. Gafas redondas, pelo rizado, barba gris y puro en la boca. Tienen una hija de doce años que quiere estudiar Bellas Artes. Le gusta verme usar las acuarelas.
En la casa mantienen el molino de aceite y su pequeña capilla. Los suelos son de piedra. Hay una chimenea en cada apartamento, en cada cocina. Los techos están abovedados, de los que cuelgan lámparas antiguas con cables de tela que acaban en interruptores de cerámica. Los muebles son también antiguos. Los gruesos muros encalados están llenos de huecos y escondites.
Desde su enorme terraza se ve el mar y, ahora, las estrellas mientras charlamos rodeados de miles de olivas retorcidas. Hablamos sobre este mundo estúpido que nos ha tocado vivir. Francesco se acostó agotado del día y de la señora sargenta de la trattoría. Tampoco ayudó mucho esa rigidez de Quety. Todas estas estupideces sin importancia han impedido que disfruten de esta noche estrellada tan hermosa, tan agradable.
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