Se pasa la noche lloviendo sobre la chapa del tejado; pero nos sentimos a gusto acurrucados en la cama y con la calefacción a tope. El desayuno tiene de todo. Nos pegamos una hora disfrutando del saloncito, junto a los ventanales, por donde entra el sol.
Como no hemos encontrado ningún bus nocturno a Ushuaia, el plan cambia, pues no queremos pasar montados en autobús el tiempo que nos queda. Decidimos montar cuartel general. Cambiamos de hostal a otro más barato, que resulta ser mejor y más céntrico, y llevamos la ropa a una lavandería. Comienza otro viaje hacia el calor, avanzando hacia el norte.
Paseamos por Punta Arenas. Las avenidas llenas de cipreses, los perros duermen en los bulevares, junto a los mendigos, el chalet neomedieval de Charles A. Milward, donde acogiese a Sackleton. La iglesia salesiana de María Auxiliadora, donde hay un velatorio del que sale una mujer espantada que dice sobre el muerto: está completamente desconocido; y venden agua bendecida por el papa Juan Pablo II. El Parque de Vicente Kusanovic, con una colección de abedules con un tronco de un metro de diámetro y la estatua de Manuel Bulnes, con un caballo harto harto de su dueño (es digno de comparar las expresiones de Bulnes y la de su caballo). El cementerio con el pórtico modernista, fascista como todo aquello con afán de inmortalidad, hecho en 1919 y financiado por Sara Braun. (Aún se conserva la casa de la Señora Braun, patrimonio nacional, en la Plaza de Armas. Un bonito y rebuscado edificio neoclásico con una terraza acristalada donde hoy hay un hotel).
El cementerio es digno de ver. Conviene ingresar por las puertas laterales, que no tienen taquilla. Especialmente hermosos los paseos de cipreses recortados y los bloques de los nichos, donde están las tumbas más populares. Tras sus puertas de cristal aparecen pequeñas figuras relativas a la vida del durmiente: ovejitas y algún caballito, juguetes, figura de porcelana y fotos. Algo así como sería el aparador de la tía Eloísa. Y lo más conmovedor es la tumba al indio desconocido, teniendo presente que el hombre blanco extinguió todas las etnias de la zona, el llamado genocidio selknam, y que la única descendiente pura, Ángela Loij, murió en 1974. En ella hay un indio cabizbajo de bronce convertido ahora en una deidad o espíritu bueno al que se le piden milagros o favores. Lo llaman el indiecito y su pié brilla como el oro de ser frotado. Las paredes que rodean al indio está llenas de exvotos de piedra agradeciendo los favores recibido e incluso los milagros realizados.
Recogemos la ropa limpia y planchada. Sacamos los boletos para el Fuerte Bulnes y una visita a los pingüinos para mañana. Paseamos viendo edificios, compramos los bocatas de mañana y nos sentamos en la Plaza de Armas para ver a la chavalería hacer acrobacias con las bicis y el monopatín.
Cenamos de maravilla en el Restaurante Remezón, del que nos habían hablado muy bien. Dos principales, merluza negra y corderillo al horno, y un helado de lúcuma con crema caliente de calafate de postre. Si el cordero está rico, la merluza es espectacular. Con el exterior crujiente, especialmente la piel y el interior muy entero. Riquísima.
Regordetes y llenitos volvemos felices a casa. Se pone a llover.
Restaurante Remezón
Productos regionales. Castor, guanaco, liebre, cordero, pescados y mariscos.
21 de Mayo 1469 (junto al mercado)
Punta Arenas
Dos principales, postre y vino: 39 euros
No tienen tarjeta, por lo que hay que pagar el IVA