Aquel señor no hacía más que pasearse y ponernos nerviosos.
Era un Popeye cascarrabias entrado en años y dado al sarcasmo. Estaba empeñado en destruir nuestra moral.
Busco un reloj de arena de quince minutos para regalárselo al doctor, está cincuenta minutos con cada paciente. Entonces todo el mundo se pone a hacer cábalas, y yo saco mi cuaderno. Podríamos estar aquí horas.
Dibujo a aquel señor que parece vivir en otro planeta, ensimismado en el periódico, fuera de este mundo. Mar me ve detrás de las ramas y levanta las orejas. Ella estudió Bellas Artes y se siente cercana a este mundo. Se queda quieta para que dibuje, posa. Es una pena que esos ojos no quepan. Al lado está su chico, Daouda, mucho más alto. Le corto la cabeza. Y detrás el atacado Tonio, o Antonio, que ante el revuelo quiere ver. Le parece que no lo he sacado suficientemente guapo. Me baja la nota.
Los de la página de al lado también entran en conversa, aunque la pluma se está gastando y difumina los rizos de Tai. Jorge dice que podía dedicarme a los tatuajes. Él lleva uno en el brazo con una extraña cara a lo maorí. Entonces coge demasiado protagonismo el cuaderno y quisiera dar un paso atrás. Nos ayuda la enfermera Isabel, adelantándonos las recetas. Mientras tanto, Jorge y Tai han pasado al médico, Tonio está contando historias para acortar la mañana y aquel marciano sigue pasando páginas.
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