Desde la montaña de El Toro se ve toda la isla. Al norte las mejores vistas: Cala Fornells, Cala Tirant, Cap de Cavallería y las playas. El mar por todas partes, menos la montaña que tapa Ciutadela.
Vamos a casa de Panchota que, desgraciadamente, está con sus amigos. Me sabe mal dice su hija. La nieta se asoma a la puerta.
En Ciutadela vemos la plaza del Ayuntamiento, el teatro, su estrecho puerto. Comemos en Sa Arrossería D'es Port un menú de 15 euros con rica paella y merluza congelada. El centro está lleno de callejuelas y palacios, las viviendas del obispo, ahora Joan Perís, y la crema de Menorca. Muy diferente a Maó, es una ciudad llana, llena de motivos religiosos, casa antiguas con anillas para los caballos y calles laberínticas adoquinadas. La catedral tiene una fachada neoclásica superpuesta a la antigua gótica (que se descubre en su rehabilitación) que a su vez se superpone a la antigua mezquita. Es muy pequeña y muy alta, sin crucero. Nunca ha podido tener muchos feligreses, dice Javi. En una capilla, la Virgen del Carmen se aparece a los barcos que luchan contra el turco. El ábside tiene mucha humedad y está lleno de vitrales entre nervio y nervio.
Por un paseo de ailantos llegamos hasta la Torre de San Nicolás, que no es más que una habitación con terraza y torre de vigía.
Sa Caleta tiene duchas, hamacas y un chiringo con sillones donde se está muy bien. Es bonito ese corte de las rocas y el verde que surge en las grietas. Al fondo se ven las montañas pintadas de azul difuminado. Mientras me baño, Javi, que no gusta de las playas, se compra un helado en el súper. El sol se esconde y un hombre recoge las hamacas. Hoy he estado muy solo, me voy a ver una guiri con tanguitas que lleva un bar y es más puta que las gallinas, dice cargándolas.
En Cala Santandria vemos la puesta del sol. En un chiringuito, un cubano pone música de su tierra mientras un grupo discute sobre Fidel Castro y el imperialismo yankee. Tremenda discusión sin fin. Entra en escena un hermoso caballo negro de los que se ponen en dos patas para San Juan. Los colores se saturan y el borde del agua coge brillos blancos que se mueven con las ondas. La luz artificial va pintando todo de amarillo.
Cenamos en casa mientras España empata con Rusia en la tele.
Sa Caleta tiene duchas, hamacas y un chiringo con sillones donde se está muy bien. Es bonito ese corte de las rocas y el verde que surge en las grietas. Al fondo se ven las montañas pintadas de azul difuminado. Mientras me baño, Javi, que no gusta de las playas, se compra un helado en el súper. El sol se esconde y un hombre recoge las hamacas. Hoy he estado muy solo, me voy a ver una guiri con tanguitas que lleva un bar y es más puta que las gallinas, dice cargándolas.
En Cala Santandria vemos la puesta del sol. En un chiringuito, un cubano pone música de su tierra mientras un grupo discute sobre Fidel Castro y el imperialismo yankee. Tremenda discusión sin fin. Entra en escena un hermoso caballo negro de los que se ponen en dos patas para San Juan. Los colores se saturan y el borde del agua coge brillos blancos que se mueven con las ondas. La luz artificial va pintando todo de amarillo.
Cenamos en casa mientras España empata con Rusia en la tele.
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