lunes, 8 de junio de 2015

otros vendrán

Aborigen australiano delante de un mural en Redfern, un barrio periférico de Sidney. / ASSOCIATED PRESS



























“Al contemplar esta ciudad gloriosa, al ver este desarrollo extraordinario, es difícil pensar que en 1788 no había nada más que maleza. Los soldados, los convictos y los marinos que desembarcaron de esos 12 barcos debieron pensar que habían llegado a la luna”, declaró Tony Abbott junto a su homólogo británico David Cameron.

Pero los británicos no llegaron a un lugar virgen y deshabitado, sino que colonizaron las tierras de los representantes de la cultura viva más antigua de la tierra. La presencia de los aborígenes en Australia se remonta al principio de la humanidad. Sus leyendas y canciones retratan con precisión las edades geológicas y los cambios que ha sufrido el continente durante milenios.

La invasión occidental acabó con buena parte de estas tradiciones ancestrales. En algunas zonas murió hasta el 80% de la población, víctima de las masacres, las epidemias y el alcohol. Desaparecieron buena parte de las casi 600 tribus y sus más de 170 lenguas. Según el censo de 2011, los 669.900 aborígenes que viven en Australia representan alrededor del 3% de la población del país.

Hasta 1967, Australia no reconocía a los aborígenes como ciudadanos y no permitía que fueran propietarios de las tierras que sus antepasados habían habitado durante siglos. La Carta Magna, aprobada en 1901, no reconoce la existencia de los pueblos indígenas antes de la colonización y permite al Parlamento aprobar leyes en función de la raza. Las leyes especiales para aborígenes, aprobadas gracias al artículo de la Constitución que permite legislar a este efecto, permiten a la Policía del Territorio Norte retener a indígenas durante cuatro horas sin presentar cargos. En marzo, el Gobierno del Estado comunicó a los widi que el lago Mongers y sus alrededores serán eliminados de la lista de lugares protegidos.

Durante la colonización, poblados enteros fueron trasladados al barrio obrero de Redfren, en Sídney, para trabajar en las fábricas y en la vía del ferrocarril. En los años 60 brotaron manifestaciones que pedían que el Estado los reconociera como ciudadanos australianos. Como en otros lugares de Australia, el derecho a la propiedad de la tierra era una reivindicación clave. A tal efecto se formó en 1976 la Corporación de Vivienda Aborigen (AHC en sus siglas en inglés), una organización indígena que durante cuatro décadas ha ido comprando, metro a metro, las dos manzanas que comprenden la zona conocida como The Block. Mientras algunos colectivos indígenas critican la lentitud de la AHC a la hora de comenzar a construir casas de protección oficial, su directora general Lani Tuitavake defiende la gestión: “Tenemos la aprobación del proyecto desde 2012 y estamos acabando los últimos detalles de la financiación”. Pero otros como la anciana Jenny Munroe acusan al director ejecutivo de la compañía, Micky Mundine, de especular con el terreno y de haber sometido la AHC a sus intereses personales. “The Block es un lugar sagrado, es el lugar donde crecimos los aborígenes de Sídney, el lugar donde comenzaron nuestras protestas, donde luchamos por nuestros derechos”.


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