Lo que impacta al espectador a primera vista es el resplandor de colores, en el que los cuerpos y sus auras parecen entrelazarse. Luego, aquí y allá, algo se interpone: un árbol, una cruz, una zarza ardiente, una sombra, un abismo. Pero no es un telón de fondo, sino un mero indicio; quizás un estado mental.
Si bien estas presencias se afirman con autoridad, al mismo tiempo parecen estar al borde de la desaparición, cerca de la disolución.
Si el poderoso lirismo de Mendoza es más elusivo que el de Nolde y menos narrativo que el de Ensor, probablemente se deba a que no pretende sacudir la sociedad de su tiempo. Estas obras, en cambio, aparecen como rastros de un soliloquio perturbado, con sus emociones ocultas como apariciones, palpitando y convulsionando en tonos irreales.
Así, José Gabriel Mendoza nos ofrece el léxico candente de su psique. Desde el silencio habitado desde el que nos habla, nos invita a mirar más allá de su lamento y reafirmar que el arte es un potente bálsamo que cura todas las heridas. Así, se forma la voz del marginado, del isleño, del mudo: una preciosa Palabra del mudo, a quien el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro prestó su pluma en un libro de cuentos publicado en 1972.
Si el poderoso lirismo de Mendoza es más elusivo que el de Nolde y menos narrativo que el de Ensor, probablemente se deba a que no pretende sacudir la sociedad de su tiempo. Estas obras, en cambio, aparecen como rastros de un soliloquio perturbado, con sus emociones ocultas como apariciones, palpitando y convulsionando en tonos irreales.
Así, José Gabriel Mendoza nos ofrece el léxico candente de su psique. Desde el silencio habitado desde el que nos habla, nos invita a mirar más allá de su lamento y reafirmar que el arte es un potente bálsamo que cura todas las heridas. Así, se forma la voz del marginado, del isleño, del mudo: una preciosa Palabra del mudo, a quien el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro prestó su pluma en un libro de cuentos publicado en 1972.
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