Su arte reflejó un gran aprecio por la estética de la naturaleza, particularmente la de animales que no son convencionalmente asociados con la belleza, como por ejemplo, monos, murciélagos, iguanas, sapos e insectos. En su escultura, tuvo dos formas de expresión: una donde representó cosas del mundo natural, específicamente bestiarios de distintos animales, y otra donde se despegó totalmente de la realidad. En su obra abunda la representación de figuras humanas y de otros animales en una suerte de apareamiento, ya sea explícito o simbólico. En ese sentido, su visión moral afirma que el mundo de los humanos y el de los animales es uno con la naturaleza. En sus cuadros se representa mucho la androginia.
Toledo usó la modernidad y la vanguardia de otras civilizaciones, especialmente la europea, para sus obras y mostró un sentido de lo fantástico muy desarrollado, al crear criaturas antropomórficas que son, a la vez, monstruosas y juguetonas, personajes que incluye en sus papalotes, libros de artista, máscaras, piezas de joyería y complejos grabados. Debido a sus obras, se dice que Toledo perteneció a la Generación de la Ruptura, aunque no haya pertenecido históricamente a la misma.
Toledo usó la modernidad y la vanguardia de otras civilizaciones, especialmente la europea, para sus obras y mostró un sentido de lo fantástico muy desarrollado, al crear criaturas antropomórficas que son, a la vez, monstruosas y juguetonas, personajes que incluye en sus papalotes, libros de artista, máscaras, piezas de joyería y complejos grabados. Debido a sus obras, se dice que Toledo perteneció a la Generación de la Ruptura, aunque no haya pertenecido históricamente a la misma.
El también activista social, incorporó a su obra animales como el pulpo, el sapo y la araña, pero también otros elementos desgarradores: rostros con signos de tortura, miembros amputados e incluso un cráneo cercenado, basado en un episodio de violencia ocurrido en su natal Juchitán en los años setenta.
En 2014, Francisco Toledo trabajó en el taller de cerámica roja de Claudio Jerónimo López, en San Agustín Etla, en Oaxaca, para producir una serie que aludía a la violencia extendida que prevalece en México y el mundo en el primer cuarto del siglo XXI. El grueso de las obras se exhibió en la muestra Duelo (2015–2016), muestra que exhibe su producción compuesta por casi un centenar de piezas de cerámica de alta temperatura realizada en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, acentuaba el dramatismo de las obras con iluminación puntual y de altos contrastes. Las piezas fueron pintadas en color rojo como forma de evocar la sangre y, como referencia explícita hacia el dolor y la tortura, aspectos que han sido destacados por Toledo en su asombro por la violencia que se vive en el mundo entero.
Siempre que observo la obra de Toledo está presente el color rojo en mil formas y texturas posibles: rojo fuego, rojo sangre, rojo quemado y rojo natural nacido de pigmentos oaxaqueños que han inspirado todo un movimiento de artistas plásticos originarios de esa ciudad.
La exposición produjo un impacto profundo, tanto por la maestría de las obras, como por la forma en que Toledo expresó el lamento social por cientos de miles de asesinatos y desapariciones en México. La decoración de las obras es un registro histórico: acumulaciones de fragmentos corporales de animales y humanos, figuras dolientes, muchas de ellas sin ojos, y la combinación de huesos, cordeles, cintas adhesivas y bultos que se han vuelto el vocabulario de las ejecuciones en el país. Las fotos corresponden a piezas expuestas en la muestra Duelo.
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