martes, 11 de julio de 2017

víctimas del turismo

Las ciudades que quieren atraer turistas se desviven por ser como imaginan que ellos quieren que sean. Por decirlo de una vez: el turismo envilece los lugares y a la gente. No es que los ciudadanos se dediquen a sus cosas y luego, como es un lugar bonito, pasa gente por allí. Es que ya solo se dedican a esa gente que pasa por allí y el lugar deja de ser bonito. ¿Qué hay que hacer para que pase usted por aquí y deje su dinero? Como en Bienvenido, Mister Marshall: por orden del señor alcalde, todos los vecinos se visten de andaluces. La codicia ha ido corroyendo una comunidad, una forma tradicional de vida. Barcelona ha muerto de éxito y Granada o San Sebastián empiezan a dar mucho miedo. El centro de Madrid se deteriora a gran velocidad.

En cambio, muchos otros turistas viven y padecen una paradoja: quieren encontrar esos sitios de verdad, reales, y odian los lugares turísticos. Para eso hay que moverse contracorriente, esquivando la masa. Y aunque lo consigas, los propios lugares pueden resultar decepcionantes. París o Roma, más grandes, diluyen la multitud, pero ciudades con núcleos históricos pequeños, como Dubrovnik, o cualquiera al alcance de un crucero han sido destruidas. Sin duda, la mayor paradoja, y la más puñetera, es que en realidad todos somos turistas en cuanto nos movemos de casa. Lo decisivo es la actitud y la curiosidad. Solo hay que viajar de otra manera, a ritmo humano.

La degeneración consiste en la destrucción de una comunidad, la desaparición de las tiendas de barrio, de las familias, de los niños y los ancianos. Si estamos convirtiendo nuestras ciudades en sitios que no son de verdad, ¿en qué quedamos convertidos nosotros que vivimos en ellos? ¿Qué somos, qué queremos ser? ¿De verdad eso que ven los turistas? La muerte de los barrios históricos es doblemente letal: los que se van, y lo dejan sin identidad, se van a vivir a urbanizaciones con menos identidad todavía. Lo otro que está en juego es la concepción de belleza de la gente hoy, una cuestión cada vez más estremecedora. Más aún si se deja en manos de políticos patanes.

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