sábado, 29 de julio de 2017

el paisaje y la abstracción


No es difícil advertir la dificultad que conlleva representar un paisaje, esto debido a que el objeto físico, por su lejanía y extensión, es, en términos estrictos, imposible de abarcar. Quizá por ello, la pintura de paisajes y el abstraccionismo sean dos formas tan cercanas de expresión. Y por la misma razón, puede ser que la abstracción se nos ofrezca como una vía idónea para profundizar en el paisaje, y viceversa.

Ver un paisaje es algo sublime, comparable a la búsqueda interior. Ambas acciones —en cierta forma— son la misma aventura, capaces de crearnos sensaciones parecidas a la de andar perdido o desorientado por lugares desconocidos.

Ahora bien: todo paisaje es naturaleza humanizada, cultura y apreciación estética. Sin la mirada del hombre, el paisaje no existiría, sería un simple territorio, un espacio susceptible de convertirse en paisaje sólo si es observado. Sentir el paisaje es una de las mejores maneras de reintegrarnos a la Naturaleza y de aceptar que los principales protagonistas no somos nosotros, sino los cielos, los mares, los ríos, las montañas, y la vida en general, que conforman una extraordinaria estructura, una especie de trama inspiradora susceptible de ser transformada en ciencia, arte, cultura o memoria.

La pintura de paisajes y la pintura abstracta son dos formas muy cercanas de expresión, donde el objeto físico no puede ser representado en términos estrictos. Sin embargo, es indiscutible que el abstraccionismo es un medio ideal para reflexionar en torno al paisaje; y viceversa. Al mirar un paisaje, podemos descubrir la contundencia de las formas abstractas, así como sentir la atracción que producen sus atmósferas y espacios vacíos, abiertos a la contemplación. Abstracción y contemplación son dos conceptos afines, capaces de trascender lo meramente narrativo —cuestión que tanto ha dominado la actividad artística— y de hacer que la anécdota descriptiva pase a un segundo plano.

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