La descripción de las atrocidades que cometemos de forma rutinaria puede seguir aquí a lo largo de miles de caracteres. Comemos, nos vestimos, nos entretenemos, transportamos y nos transportamos a expensas de la esclavitud, de la tortura y del sacrificio de otras especies y también de los más frágiles de nuestra propia especie. Somos lo peor que le ha sucedido al planeta y a todos los que lo habitan. El cambio climático ya anuncia que no solo le tenemos miedo a la catástrofe, sino que nos hemos convertido en la catástrofe. Esta vez, no solo para todos los demás, sino para nosotros mismos.
¿Cómo ser ético en un mundo sin ilusiones, en el que cada acto implica la tortura y el sacrificio de otro, humano o no humano? Si somos los nazis de las otras especies, cuando no de la nuestra, ¿aceptar que así es no sería convertirse en un Eichmann, el nazi juzgado en Jerusalén, que alegó que tan solo cumplía órdenes, el hombre tan banalmente ordinario que inspiró a la filósofa Hannah Arendt a crear el concepto de “banalidad del mal”? ¿Cómo construir una elección que vuelva a incluir la ética? ¿Cómo no paralizarse frente al espejo, reducidos o al horror o al cinismo, tras haber eliminado la posibilidad de transformación? ¿Cómo movernos?
Puedes leer este comprometedor artículo completo en El País.
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