¿Que habrá sido de esos niños que dormían sobre aquellos fardos de papel casi transparente entre el barullo del mercado de piedras de jade, extrañas estanterías geométricas, viejos bustos de Mao y bosques hechos con papel recortado?
¿Qué de esa dulce niña que nos ofrecía sus fideos calientes mientras la inmensa ciudad se derrite entre las llamas y ese humo tóxico acaba con todos sus pájaros?
¿Habrán salido de su letargo los mil budas perezosos que se burlaban de nosotros mientras subíamos cansados aquella interminable montaña?
¿Habrá que morir un millón de veces aplastados por los tanques de Beijing para dejar de ser los esclavos productores de Occidente, para que sus vidas valgan algo más que una cucaracha, para que el sueño de Mao despierte de esta pesadilla?
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