viernes, 13 de septiembre de 2019

una queimada demasiado fuerte









-Sí -contestó el tratante-; José Antonio Alvez ofrecerá el ponche más ardiente que pueda desear el rey Moini Lungga...
El borracho no cabía en sí de gozo y estrechó fuertemente las manos de Alvez.
Éste, aconsejado por Negoro, había mandado llevar a la plaza un enorme caldero de cobre, de una capacidad de unas doce pintas. Varios barriles de alcohol fueron vertidos en el caldero. Se agregó cantidad de canela y guindillas, junto con algunos puñados de sal marina. Aquello ardía materialmente.

Moini Lungga, fascinado, avanzaba tambaleándose. Alvez lo detuvo con la mano y dio una orden.

-Fuego -gritó, haciendo una mueca horrible.

Un enorme resplandor de llamas azuladas iluminó el espacio. Los negros, ebrios de antemano, gritaban y danzaban formando un enorme corro alrededor del rey de Kazonndé.

Con un gigantesco cucharón, Alvez removía el líquido inflamado.

Moini Lungga se adelantó. Cogió el cucharón de las manos de Alvez y lo hundió en el caldero, sacándolo lleno de ponche llameante. Se lo llevó a los labios...

¡Qué horrible alarido profirió el rey de Kazonndé!

Se había producido la combustión espontánea, y el rey se prendió fuego como si se tratase de una lata de petróleo.

Ante aquel espectáculo espantoso, los indígenas detuvieron su danza: las mujeres, despavoridas, habían emprendido una fuga veloz: Alvez y Negoro no sabían cómo socorrer al rey Moini Lungga. Un ministro que intentó socorrer a su soberano, no menos alcoholizado que su señor, se prendió a su vez, y los dos, caídos en el suelo se retorcían presos de atroces sufrimientos. Al cabo de unos instantes, el rey y su funcionario habían sucumbido.

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