martes, 16 de agosto de 2016

clientes

Muchos, miles de hombres paran todas las noches en los clubes y beben y tienen sexo a cambio de dinero. La mayoría casados o con pareja. Aunque los hay de todas las edades, los más jóvenes van en manada y con motivo de alguna celebración. No son buenos clientes: exigen sexo duro como en las películas porno pero a precio muy bajo. Luego están los de entre 35 y 55 años que van normalmente solos o en compañía de uno o más. Estos se distinguen en dos categorías: los que buscan demostrar su hombría y su potencia sexual delante de los otros y los majetes, que se hacen los preocupados y necesitan creer que hacen un acto de humanidad para pagar por follar con una desconocida e irse a casa con la conciencia tranquila. Aprendí a actuar, a mentir diciendo lo que cada uno quería escuchar, porque lo que todos, absolutamente todos, tenían en común era que no querían ver a la persona que había detrás de la puta.

Otra categoría eran los solitarios, raritos que normalmente pagan mucho dinero para salir del club e ir a su casa o a un hotel. Estos son los hombres que odian a las mujeres y el único lugar que les queda muy a mano para canalizar su odio hacia las mujeres es la prostitución. Yo intentaba evitarlos al máximo pero, más de una vez y con el dinero como único incentivo, accedí a estar con ellos. En esas ocasiones sentí mucho miedo, vi la muerte de frente. Al menos dos chicas no volvieron después de alguna de estas salidas. A veces pienso en ellas y me pregunto qué les pasó. ¿Y si las mataron y nadie dio con ellas ni con sus asesinos? La vida de las mujeres vale menos, pero la vida de una prostituta mucho menos. No somos de nadie y somos de todos, así que no importa.



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