lunes, 25 de diciembre de 2023

sueños de noviembre

Sofocón
Caminamos por las calles de Úbeda. En estas pequeñas vacaciones encontré a alguien de Publicidad y nos hemos saludado. Él me comenta que está haciendo un trabajo con Lucas, que los acompañe si quiero verlo y saludarlo. Ellos caminan con una clienta. Yo me quedo un poco atrás para no meterme en sus asuntos. Llegamos a un pequeño estudio montado en una casa antigua con los suelos de cantos y gruesas paredes encaladas. Lucas me trata con indiferencia. La montadora está en la sala de sonido adecuando el montaje de un spot a la música. El producto es un coche alemán y, por lo que veo, lo que hacen es adaptar un anuncio alemán para sacarlo en España. Lucas habla como si yo no estuviera. Me duele mucho. Le pregunto que qué pasa. Finalmente me dice que yo ya lo sé, que le hice algo muy fuerte. Le digo que no lo recuerdo, que me perdone si he hecho algo malo, que no sé qué es. Mi voz es tan lastimera que todos se ponen a llorar, yo también. No quiere decirlo y yo ruego. Todos tenemos ya los ojos rojos. Finalmente, Lucas se saca un papel del bolsillo. Es un avieja factura de Cambio de formato, por una cinta con mis anuncios que le pedí en los años 90, cuando trabajábamos juntos en Publicidad. Dice que me la mandó y yo nunca se la pagué, que él tampoco la pagó y ahora debe más de mil euros por los intereses. Es un papel amarillo con líneas horizontales con un tique grapado. Abajo hay una cifra: 200 pesetas. 
Estoy indignado. Lucas es un auténtico rata. Está cabreado conmigo porque no pagué una factura de 200 pesetas después que le hice el logo de su restaurante, las tarjetas, la carta de menú, la carta de vinos, las facturas y la señalectica de los baños, vine a ver el restaurante y nos cobró la comida, y luego nos llevó a un hotel a dormir, para no meternos en su casa. Después de haber hecho una peli con su productora sin quejarme del material defectuoso y encubrirlo para venirse a Santo Domingo de vacaciones. ¿Qué coño de amistad es ésta? ¡Que le den!

Como niños
Aunque ya somos mayorcitos, cargamos unos depósitos de plástico con forma de paralepípedo en la alberca de la huerta del abuelito. Son rojos con el tapon negro, con un pequeño orificio en el tapón, por lo que los usamos como pistolas de agua. Nos volvemos locos echándonos agua unos a otros. En la alberca hay tanto peligro que buscamos los servicios del internado para rellenarlos. Luego hay un ágape. Santiago Coca llega un poco tarde y no queda casi nada, Se pide, demarcándolo con el dedo, un terrenito en la bandeja con una pequeñas tortugas y otros animales en miniatura, que resultan ser colas de cigalas disfrazadas, Mientras recogemos el desastre de las migas de pan. Todo lleno de trozos de corteza y migas, Cesáreo tira a la basura grandes trozos que yo le digo que pueden reciclarse y van a otra bolsa distinta. Los chinos van en pequeñas vespinos, tres o cuatro en cada una, todo el mundo se queja cuando atraviesan la calle ¿Dónde van?

Fracaso
Un amigo bolañego va a estrenar una película. Fui a visitarlo durante alguna parte del rodaje. Yo mismo aparecía en una escena que se desarrollaba en un estanco. Ahora quiere estrenarla en Bolaños. Cuando llego al casino está a rebosar. Hay un murmullo de impaciencia. Algunos jóvenes gamberretes se han puesto a fumar, y esto ha recobrado el ambiente cargado del casino en sus buenos tiempos. Han habilitado dos salones, de tal forma que la proyección, a través de unos espejos, se hace a la vez en ambos sitios con una sola máquina. Me enseña el mecanismo. Va a ponerlo todo en marcha. Queti es la maquinista. Hay tensión. Pulsa el interruptor. Entra una correa de cuero agujereado como la de un reloj que tira del celuloide; pero entra mal y el celuloide no avanza. Queti se alarma y para el mecanismo. Los espectadores, que sólo han visto una ráfaga de luz atravesando el humo y unos puntos luminosos en la pantalla, deducen que algo va mal y que esto se alarga. Se empiezan a levantar. Unos imitan a otros y finalmente hay una estampida. No sé lo que piensan ni lo que se dicen unos a otros. El caso es que cuando mi amigo sale a explicar lo que ha sucedido y que enseguida se proyectará, ya no queda nadie. Incluso los amigos, que están en la otra sala, han empezado a levantarse.
Afortunadamente, mi querido director lo toma más como un malentendido que como un fracaso.
-¿Cómo va a ser un fracaso si no la han visto?
-¿Metiste la escena del estanco? le pregunto.
-Qué va, me dice, no funcionaba.
-Bueno, ¿qué se le va a hacer? Ni salgo, ni he visto la película terminada. Ni cenamos, ni se muere padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario