Bautizado como Silvio Fernández Melgarejo (La Roda de Andalucía, 1945), empezó dándole a las baquetas, pero pronto se reveló como cantaor rockero de estilo sucio, bastardo, nicotínico, sorprendente en estudio e imprevisible en directo. De vida loca, loca, loca, se casó con una rica heredera, pero gastó parte de la fortuna de su suegro convidando a sus amigotes a tours etílicos por toda Europa.
Chapurreando brillantes juegos de palabras en inglés, francés, portugués, italiano o sevillano, Silvio creó su propio género, que Jesús Quintero llamó «rock semanasantero». No hay más que oír su versión del «Stand By Me», que él traduce como «Rezaré» y transmuta en un delirante canto a la Macarena. A trancas y barrancas, entre 1980 y 1999 grabó cinco discos tremendos con cuatro grupos diferentes: Luzbel, Sacramento, Barra Libre y Diplomáticos.
No triunfó como se merecía, pero cuando murió, en 2001, le pusieron una calle en Sevilla y otra en Granada, y recibió la bendición de artistas mainstream y críticos serios. Su epitafio podría ser eso mismo que él decía siempre: «Todo lo que escribáis sobre mí me importa un carajo».
Luis Landeira en Jot Down
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