Por la mañana había vuelto a ese interminable album de fotos. Había mirado con lupa una foto del Palacio de Fomento de 1895 porque me había llamado la atención que no estaban esas estatuas de caballos alados de bronce, ni siquiera los de piedra que ahora decoran los dos lados del puente de Andalucía. Estaba limpio, como recién hecho, sin árboles alrededor, sólo un barranco y una esplanada donde caminaban hombres de traje y sombrero y señoras vestidas hasta los tobillos, alguna con un fardo sobre la cabeza. Apenas circulación: algunos coches de caballos, tartanas y un gran carro con una montaña de sacos y tirado por bueyes, sin duda salía de la estación.
Por la noche nos entró gusa. Paramos allí por la oferta: ¡jarra de cerveza y montado por dos euros en la terraza! Sólo quedaban mesas en la parte más ruidosa. Nos sentamos mirando a la fuente y el trasiego de vehículos.
Ahí estaba. Casi tapado por los árboles, escondido. Había pasado la guerra con algún pequeño destrozo en el módulo de la puerta principal, le habían quitado el mástil para coronarlo con esas enormes esculturas, lo habían protegido con una verja, pero era el viejo palacio con sus franjas de ladrillo, aguantando el tiempo más allá de sus miserables moradores.
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