jueves, 26 de septiembre de 2019

dibujando por las calles del escorial y san lorenzo

                            


Después de visitar la sumamente austera iglesia de granito de San Bernabé, donde flipamos ante el cuadro gigante del retablo, en que el santo refulge ardiendo en mitad de la calle, y en la que dibujo su granítica pila bautismal, saltamos al lado oeste de la estación. Y allí, muy cerca, nos llama la atención el jardín de la que fuera la fábrica de chocolates y dulces de Matías López (exitosa gracias a sus campañas publicitarias, entre las que destacó su famoso y acertado cartel publicitario llamado los gordos y los flacos, del que aún existe un ejemplar en la pastelería Molina, de Almagro), cuya puerta está custodiada por dos señoras de bronce, de influencia egipcia, con sendas farolas. Rodeados por un verja, hay dos árboles enormes dando sombra a una pequeña fuente circular, cuya sencillez se hace más elegante junto a los dos colosos.

Pasamos al jardín de la Casita del Príncipe (de Asturias, que entonces fuese Carlos IV, en el reinado de Carlos III, un edificio del siglo XVIII diseñado por Juan de Villanueva) y caminamos por su gran paseo de pinos, hasta la hora de comer en la terraza del restaurante de la estación, bastante animada por curritos y parejas de clase media. Potaje de lentejas y boquerones. Al café nos invita Ana, agobiada en una casa llena de trastos y niños. Nos saca una tarta aún caliente hecha por ella misma. Me aparece un agradable sabor a huevo entre el dulce. Dibujo a su hijo Nachete con su camiseta sorpresa, que se sorprende de que algo así pueda hacerse.

Saltando otra vez las vías y a través de su gran paseo de pinos, llegamos a San Lorenzo, donde dibujo la esquina del hotel Don Jaime, antes de reunirnos con los cuadernistas y, bajo la lluvia, dibujar la plaza de la Constitución, la estatua de Crispín en la Plaza de Jacinto Benavente (un pícaro de su obra Los intereses creados que pasó al bronce el escultor granadino José María Palma en los años 20 del siglo pasado, aunque inaugurada en 1961) y, finalmente, el Monasterio.

La lluvia nos confina a los bares de la Plaza de la Constitución, donde no podemos hacer más grande cosa que dibujarnos los unos a los otros. Pero esto ya es otra entrada.

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