martes, 10 de febrero de 2015

chiloé: iglesias, lagos y el furioso pacífico



Dormimos de maravilla arropados por dos mantas. A las tres suena el timbre y despierto en la casa de Bolaños. Nos pasean por Castro indicándonos un y otro sitio para rentar autos. Alguien que perdió su restaurante sushi en Concepción, en un incendio, nos acerca con su coche a un negocio ya sin autos disponibles. Finalmente, nos ofrece el suyo el dependiente de una tienda de repuestos de autos al que hemos preguntado, y a buen precio. Le damos la pasta y se acabó. No nos piden ningún documento, no saben ni de donde somos, ni como nos llamamos.

En general, los chilenos confían en los demás y eso nos gusta. Puede verse en que no tienen rejas en las ventanas, al menos aquí en Chiloé, hacen dedo y los cogen y no nos cobran en las casas hasta que nos vamos a ir, sin poner especial vigilancia, y dejando la vivienda a nuestra disposición. Mola.

Salimos hacia el sur por el puente de Gamboa, sobre el río Gamboa, donde se baña una fila de palafitos de colores enseñando sus piernas de madera. Bajamos hacia el mar a Vilupulli, donde una iglesia de madera pura pastorea unas ovejas de cabeza negra. Las barcas descansan en la playa y un millón de aves de todas las plumas andan de juerga. Volvemos a coger la carretera hacia el sur, que justamente es la Panamericana, la que cojiéramos en Quito y seguimos por el desierto de Perú. Esa carretera muere en el sur de la Isla grande de Chiloé.

Chonchi es un pueblo chulo lleno de artesanos de lana y madera. La iglesia es azulona con el hastial frontal más historiado, una arcada de columnas desiguales y la torre de lo más ortodoxo y amarilla, con su dado y dos cañas o tambores. Nos comemos unos bocatas delante mientras la dibujo y luego bajamos al paseo marítimo, sin palafitos que tapen la vista al mar, donde los chavales se bañan para un concurso de buceo. Se está bien bien.

De Chonchi giramos hacia el Oeste, al Parque Nacional de Chiloé orillando el lago Huillingo entre un espeso bosque de arrayanes, alerces (protegidos), cedros y no sé cuántos árboles más que la pareja del norte que se bañan qué lindo viaje de dónde son ustedes? tampoco saben. Huillingo tiene un muelle de madera con una de las más bellas vistas que hemos encontrado, por la gran cantidad de tonos de verdes que recoge. Es como un paraíso bañado por el lago. Más adelante está su iglesia de madera roja, con tres arcos y cuatro columnas blancas.

Seguimos por la zanja de asfalto que atraviesa el bosque. Ahora orillamos el lago Cucao, en los límites del Parque. Su pequeña iglesia descansa en un córner del campo de fútbol, que también es la plaza, y los bancos hacen de banquillos para locales y visitantes. En una de las porterías echan un higo cinco chavales. La luz? la pradera, las voces perdiéndose, el agua? qué hace este sitio tan agradable, tan apetecible? Cruzamos el puente hacia el Parque, pasan buses con los techos repletos de mochilas y llenos de estudiantes. Una empanada sobre un hule, en la terraza de madera sobre el lago de uno de los chilanques mejores y más baratos del mundo.

Seguimos hasta las dunas orillando extrañas montañas enmarañadas a lo afro. Alguna casita brilla de blanco. La iglesia de Chanquín con la bandera al viento. Atravesamos las dunas caminando. Barrones como un mal implante. Luego una gran extensión de arena con conchas triangulares (macas?) y algas como serpientes, pájaros meditabundos con el pico de flauta naranja, pasamontañas negro y chaqueta marrón sobre camisa blanca, y el rugido del océano. Una playa infinita sin principioo y fin, perdidos en las gotas pulverizadas que solo dejan ver las crestas de las montañas. Las olas rugen levantando espuma. Tremendo espectáculo. Lejos, las siluetas de unos extremeños armados con yelmo y espadas, agotados, flacos, locos.

De vuelta montamos a una pareja de estudiantes españoles en serio? qué tal la crisis? simpáticos, inocentes. Paramos en el Café del lago dejándonos acariciar por el sol que entra por los ventanales. Entre maderas cálidas y un café con pastas me pongo a dibujar. Mejor que una foto que lindo vieron? Y luego vuelta al norte parando en la iglesia de Nergón.

Cogemos a otro chaval y lo acercamos a su casa a tres kilómetros de Dalcahue, donde dice haber cabañas a 20.000 pesos, pero no las hay. Una señora nos mete en su casa sí por pocos pesos. Saludamos a la familia y una cama enorme y calentita nos llama insistentemente po.

3 comentarios:

  1. Si seguís por Chiloé a lo mejor os apetece probar el Curanto, como curiosidad para triperos. Había bastantes restaurantes que lo hacían. Buen viaje y, desde aquí, mucha envidia.
    Mariano.

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  2. Será por el buen dormir que las páginas son estupendas. Envidio el viaje, que sólo conozco Chiloé por el gran Francisco Coloane. Un abrazo.

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