jueves, 16 de febrero de 2017

dibujar en los bares



Me gusta dibujar en los bares. La gente va por gusto y está alegre y relajada. Nadie te obliga a nada en un bar. Por un módico precio puedes comer algo con una cerveza o un vino y escuchar las conversaciones, tomar el pulso al pueblo, al barrio, o la ciudad donde estés.

El mejor sitio del bar para dibujar es debajo de la tele, porque todo el mundo mira hacia ti y, sin embargo, eres invisible. Y el tiempo, que no pase de los cuarenta minutos. No puede uno eternizarse. También depende del nivel de acabado. Los de arriba son solo notas para andar por casa.

Si tiene mucha rotación, mejor. La gente entra y sale deprisa. Así, el dibujo se convierte en un relato. Cada personaje tiene su tiempo, pero no es el mismo de los demás. Es como el barrido de un escáner. A cada uno le llega su momento. Y si alguien se ha cambiado de sitio, es posible que salga dos veces.

Recuerdo que dibujé dos veces a un chaval inquieto en un bar de Ciudad Real. Cuando miró detenidamente el dibujo, me preguntó: ¿Cómo sabías que tengo un hermano gemelo? Eso es porque la gente piensa que un dibujo es como una foto, sin embargo se parece más a una secuencia, a un corto. O a una foto de esas en la oscuridad, en las que está tanto tiempo abierto el diafragma que los personajes parecen fantasmas desplazándose.

En los bares de pueblo, de barrios periféricos o de ciudades pequeñas, los parroquianos se sorprenden de mi don y se sienten agradecidos de formar parte del dibujo. Entonces me invitan a algo, y yo me siento como aquellos juglares, músicos y cómicos que pasaban la gorrilla. El pueblo no es tan exigente como la nobleza, que precisa de muchos más recursos.

Cuando voy a Madrid, suelo ir la la Filmo y hacer alguna parada en el cercano bar El Museo del Jamón de Antón Martín. La cerveza está muy rica y es muy barata. Las tapas no merecen la pena
(fiambre troceado), pero sí sus bocatas de jamón ibérico de cuatro euros. A pesar de todos los trastos que hay por las paredes y techo, sobre todo jamones, resulta atractivo para dibujar por su clientela tan variopinta: travelos, mendigos, clientes castizos pesados, guiris al olor del jamón, Jose apoyado en la misma columna, turistas bebedores de cerveza, putas, abuelas y algún paleto como yo. A los camareros les divierten los dibujos y no suele haber mosqueos, aunque, a decir verdad, si no vas con demasiada frecuencia, los camareros ya son otros. No duran nada.

Arriba he puesto los último dibujos que hice allí, y de otros bares cercanos. Los dos primeros son del Museo del Jamón, la cafetería del Doré, La Carpa, en Tirso, El Granier de Antón Martín, Vinícola Mentridana, La Taberna de Atocha y el mexicano Mi Ciudad, en Hileras. En la mesa de izquierda del Granier, el japo corresponde a un tiempo y la abuela de al lado a otro. En el último dibujo, los personajes sentados, Rafa y Martín, aparecieron después de dibujar la barra. Los senté como buenamente pude.

4 comentarios:

  1. Fantástico post. É uma autêntica tese sobre o desenho em cadernos. O desenho rápido, inacabado, um apontamento.

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  2. Creo que a ambos nos gustan este tipo de dibujos. Aunque tú eres más rápido con el color, forastero.

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  3. Buenos consejos para situarse y dibujar. Con tus dibujos de bares saldría un buen libro monográfico.

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    1. Lleno de lamparones de aceite y olor a cerveza. Un saludo.

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