martes, 7 de noviembre de 2023

arte y locura



    En la antigua Grecia, antes de que la medicina hipocrática lo inundara todo, se hablaba de la locura como de una enfermedad sagrada. Los locos, los adivinos y los artistas padecían un mal común e indistinguible. Eran prácticamente lo mismo. Luego ya se forzó una división entre los profetas y santos contagiados por la gloria omnipotente del dios cristiano y los locos y epilépticos con el demonio dentro. Y el artista devino en nadie, una poca cosa que hace cosas con las manos y poco más, haste que se fue reconfigurando la idea de genio, primero en el renacimiento y finalmente en el romanticismo. Ese pequeño dios libre y salvaje frente al resto de los hombres. Esa bestia. Ahí se vuelven a diluir algo las fronteras. No se entendería el éxito de Van Gogh sin esto. Desde el romanticismo la vida del individuo creador se convirtió en un condicionante de primer grado para la recepción de la obra. Ya. Pero aún despunta, por encima de todo, el arte. Eso ocurre con Munch, con las pinturas negras de Goya, con la música de Schumann o con la filosofía de Nietzsche. Una pátina de anécdotas para dotar de brillo a unas obras lo bastante elocuentes por sí mismas.

    El salto se da con Walter Morgenthaler y con Jean Dubuffet.

   La historia de Morgenthaler descubriendo a Adolf Wölfli en el manicomio de Waldau básicamente consiste en la fascinación de un médico por un paciente, muy loco y muy peligroso, que sólo encuentra el sosiego cuando crea: pinta, escribe, compone y fabrica instrumentos musicales de papel; y configura un universo propio, sublimado, en el que interpreta su vida como la de un héroe y un santo desde la infancia hasta el paroxismo. La obra de Wölfli es de una belleza inaudita. Morgenthaler la sacará del manicomio y la hará estallar en las narices de los críticos y de los académicos. Wölfli es oficialmente el primer loco artista de fama mundial. Aunque siendo fieles al rigor cronológico, tal vez pudiéramos colar a Opicinus de Canistris, un monje del siglo XIV que padecía la enfermedad de la mano sola. Se despertó de un coma y llenó un montón de manuscritos de mapas absurdos y profusas teorías y listas que al parecer le eran dictadas por una potencia celestial. También es verdad que esos documentos y fama derivada, fueron descubiertos contemporáneamente al estrellato de Wölfli, por lo cual su loca celebridad se debe a las nuevas categorías estéticas que se estaban conformando en la época. Las de una obra como el relato de una vida disfuncional y fascinante. De hecho, la culpa de todo la tuvo un libro de 1922 escrito por Hans Prinzhorn: Expresiones de la locura. Ahí se cuentan, por primera vez, historias reales de locos de distintos pelajes que crean en condiciones de confinamiento y su irrefrenable pulsión artística. Sin este libro no se podría entender el interés detantos intelectuales y artistas de vanguardia por el arte marginal. 

Uno de esos artistas deseosos de encontrar fronteras nuevas para la expresión artística y que llega a este lado del espejo a través de las pistas de Prinzhorn es Jean Dubuffet. Es él el que acuña el término art brut: algo así como un arte realizado fuera de la tradición, la norma y la historia del arte; como si en esa expresión culturalmente desnuda hubiera una pureza en bruto del hecho artístico: niños, retrasados, criminales, analfabetos y locos. Un arte en bruto, sin pulir, desacondicionado de todos los ropajes convencionales y de la contaminación de la historia y de las academias. Como si eso fuera enteramente posible. El caso es que Dubuffet se inventa la categoria y se dedica a coleccionar y promocionar todo lo que piensa que encaja ahí. De alguna forma lo populariza. Hoy en día hay museos y galerías especializadas, desde Lausana a Baltimore. Art brut. Arte marginal. Locos que dibujan arquitecturas imposibles o modelan pequeñas estatuas de miga de pan mascada, que levantan palacios con latas de cerveza y neumáticos; que escriben un libro de setenta metros en el muro del manicomio con la punta de una hebilla. Hoy mucha gente conoce mejor a Judith Scott o a Henry Darger que a los artistas punteros del momento. Porque son parte de un relato alucinante y magnético. La obra de Nannetti, o la Wölfli, Charles Benefiel o Bispo do Rosário es indisociable de su biografía y de su enfermedad. En todos existe lo que Prinzhorn denominó Gestaltung: la necesidad imperiosa de dar forma, la urgencia agónica por crear un mundo propio en el que poder habitar ante la hostilidad o la incomprensión del nuestro. Digamos que la pulsión estética y el vértigo del vacío debiene belleza sagrada. Sentido.

Raúl Quinto en La canción de NOF4, Editorial Jekill & Jill, Zaragoza 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario