Existe un término en inglés que se llama homesicknes. Se refiere a la angustia proveniente de estar fuera de casa. Si uno está suficientemente aferrado a la tierra, no consigue hacerla desaparecer nunca. Puede resultar complicado identificarla: en casi todas las ocasiones se manifiesta con una sensación de malestar que se despliega por todo el cuerpo. Uno llega a confundir esa molestia con encontrarse físicamente enfermo. La angustia extiende sus manos invisibles apretándote los órganos. Por eso parece que te duele el corazón de una manera orgánica, que son las aurículas fallando, o crees que tienes una irritación permanente en la boca del estómago. Ninguna de esas sensciones es real en el plano fisiológico. Es, simplemente, la presión que esa angustia provoca en el interior del cuerpo. Si uno sigue buscando, termina intuyendo que el problema se enmaraña, de alguna forma, dentro de la cabeza. Así, retirar la atención del propio cuerpo facilita el descubrimiento: la incomodidad, el desencaje, la sensación de no encontrarse a gusto en el espacio y el tiempo, es sencillamente una manifestación descomunal de nostalgia. Por eso, el problema se podría resolver fácilmente. Esa angustia, al regresar a casa, desaparece. Se esfuma. De pronto, uno respira con mayor ligereza, se le distienden las vértebras, comprende. Supongo que hay algo atávico, un apego especial surgido de nuestras vidas de niño, de los paisajes y del acento alrededor de los cuales crecemos.
Juncal Baeza en El vuelo de los tántalos, Editorial Dieci6, Sevilla 2023
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