Encuentro una vieja parker, que meto en agua.
Me acerco a la papelería y compro recambios. Soy feliz cuando veo qué rápido corre sobre el papel de mi cuaderno.
Me acerco a la Tabacalera a ver la expo que me recomendó Toña. Veo que hay cosas muy buenas y que es infinita. Me detengo en unos primeros planos de abuelos, ¡cuánto me gustaría poder acercarme tanto a la gente y dibujar hasta el más mínimo arañazo, el más mínimo poro! Me pongo a dibujarlos, recorro todas sus arrugas, tropiezo con sus lunares. Una cara es un mapa lleno de valles, montañas, gargantas y mesetas.
Un café con leche en el bar La Peña. Es una vieja taberna con rótulos en esa tipografía que parece echa de ramas brotando, cantina bold, con dibujos en pintura titanlux naranja-rojiza o gris: bravas en una cazuela de la que salen llamas, calamares alienígenas, un jamón o un trozo de queso intercambiables.
Me refugio en la única mesa mientras llueve a mares. Un cliente pasa cerrando el paraguas.
-¿Han dicho en la tele si va a llover?
La clientela es surtida: unos cuantos senegaleses desayunando a voces, una señora con dos perritos, una ludópata dejándose la tela en un aparato lleno de luces y un señor con acento asturiano que se está despidiendo. El camarero es serio y sonrojado, tiene el pelo blanco blanco, ignora si dibujo.
-Uno veinte.
Bajo con Beni a la plaza de Santa María de la Cabeza. En la cafetería La Embajada. Dibujo a una pareja de estúpidos novios
que se hacen carantoñas, mientras otras dos chicas hablan de sus novios ausentes.
Paseo hasta La Taberna Errante (su nombre se debe a que ya es el tercer local que ocupan) a ver el partido. A pesar de los goles, tiene muchos ratos aburridos y me pongo a dibujar una pandilla gigante de amigas de orientación sexual (me dice una de ellas). Son tantas que no me caben en la doble página. Les mola, se reconocen y me dicen sus nombres. Hacen fotos con el móvil.
Están: Jop la camarera, Leo, con un lazo negro en el pelo, Espe, rapada a lo alemán, Elena C, peinada hacia la cara, Elena V, Silvia a lo Agnes, Bea, con el pelo largo y rubio y Marina, con un tatuaje en el brazo. Beben cerveza sin compasión.
Salgo a fumar. Teresa y Mamen chupan sus cigarros mientras Eric las acompaña con los brazos cruzados. Mamen habla de lo civilizados que son los japoneses. No pierden la compostura aunque salten por los aires y el gobierno los engañe, los árabes estarían gritando. Teresa me dice que usa un rotulador (se refiere al pincel) como el mío. Se sienten agradecidas de estar ahora en mi cuaderno.
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