Beber agua fresca de riachuelos serpenteantes que pronto se helarían. Observar el inconcebible brillo de las estrellas en la oscuridad de un cielo despejado. Comprobar lo temprano que llega la confusión de la noche y lo portentoso que resulta el que vuelva a amanecer cada mañana. Dejarse empapar por la lluvia y caminar bajo un sol neblinoso. Soportar potentes ráfagas de viento en los ojos. Caminar hacia la nieve. Realizar esfuerzos excepcionales. Sufrir decepciones y gritar. Asistir a esos prodigiosos espectáculos de la naturaleza que resultan tan raros e impenetrables. Admirar durante horas la textura y el color de dos piedras distintas. Construir pequeñas chozas con pequeños palos.
Llegar a la conclusión de que. el viento es una criatura dotada de vida; un ser que chilla y solloza y se mofa de la fragilidad de los hombres.
Descubrir el resplandor violeta de las montañas más ásperas, donde las rocas y las hierbas sin nombre lo dominan todo y donde no prevalecen las voces articuladas de los seres humanos. Un lugar donde no se habla. Donde no se pregunta nada. Donde el único sonido es el del viento, inextinguible y enloquecedor...
Pilar Adón en su relato Genios antiguos. En su libro El mes más cruel. Impedimenta. Salamanca 2017
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