Nacido en 1917 en un pueblo de montaña cerca de Honduras, Romero, de niño fue aprendiz de carpintero antes de entrar en la iglesia, donde ascendió en el escalafón.
Pero poco después de ser nombrado arzobispo en 1977, se convirtió en un crítico acérrimo del gobierno militar por su uso del asesinato, el secuestro y la detención de sacerdotes que habían estado organizando campesinos y apoyando los derechos de los trabajadores.
Sus sermones, a menudo transmitidos por radio, irritaban a los extremistas de derecha. Pero él ignoró varias amenazas de muerte, permaneciendo desafiante hasta su asesinato mientras daba misa en la capilla de un hospital de San Salvador.
"En el nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos al cielo cada vez más ensordecedor cada día, te lo ruego, os ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión", dijo en un discurso a los soldados del gobierno el día anterior a su muerte.
Poco después de su muerte, la guerra civil estalló entre el gobierno, que tenía el respaldo financiero de Washington, y los insurgentes de izquierda, que ahora son el partido gobernante. El conflicto acabó con 75.000 vidas.
¡Lo que mi madre hubiera disfrutado!
Será cierto lo de que no hay que perder la fé. Sorprendida a bien con el Francisco
ResponderEliminarLa fe en los hombres. Un abrazo
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