En el invierno de 1943, con el arquitecto catalán Germán Rodríguez Arias, el poeta inició una serie de ampliaciones que terminaron en marzo de 1945. En ese tiempo no era fácil construir en aquella zona: había que transportar todos lo materiales en carretas de bueyes que debían cruzar por vados el estero de Córdoba. La primera intervención importante fue la torre sin techo, con reminiscencias de la arquitectura europea mediterránea. Posteriormente el poeta la techó para dejarla como las torres de las casas de Temuco, la ciudad en la que pasó su infancia.
Y creció como un árbol del que colgaban mascarones de proa, réplicas de veleros, barcos embotellados, caracolas marinas, dientes de cachalote, botellas raras, zapatos antiguos, pipas...
En la casa de Isla Negra, Neruda escribió parte importante de su obra literaria, reunió allí la mayoría de sus libros y también ejerció la hospitalidad, que es otro de los legados de su infancia sureña.
El poeta siempre festejaba las fiestas patrias. A pesar de la situación que vivía el país, luego del golpe de estado, el 18 de septiembre de 1973 llegaron algunos amigos hasta Isla Negra. Pero sólo traían noticias alarmantes.
Al día siguiente Neruda, ya gravemente enfermo, fue llevado en ambulancia a la capital, desde donde sólo volvería a Isla Negra en diciembre de 1992, cuando sus restos fueron trasladados allí, junto a los de su esposa, Matilde Urrutia. Este funeral se realizó con todos los honores que merecía el poeta, y con asistencia de las máximas autoridades de la nación. Se cumplió así la voluntad que Neruda había expresado hacía casi cincuenta años en su poema “Disposiciones” de Canto general:
Compañeros, enterradme en Isla Negra,
Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras
y de olas que mis ojos perdidos
no volverán a ver...
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