lunes, 3 de febrero de 2014

apología del reloj



Absorvido por la ficción televisiva y alentado por conseguir una solución a mi despiste, o sea: un aparato que no se pierda, siempre he creído en el reloj. Siempre he pensado que toda la tecnología se desarrollaría en el reloj de pulsera, ya que, al menos en mi generación, todo el mundo lo usaba. Pero he tenido que ver como un extraño aparato del tamaño de una cartera hiciera que el reloj fuera desapareciendo, sin lograr sustituir la otra cartera (seguimos necesitando el DNI, el carnet de conducir y el dinero), sino que más bien solo ha conseguido más peso en los bolsillos, una batería supercontaminante y con poca autonomía, y un peligro añadido de salir ardiendo.

Cuando todo parecía perdido, se inventa la pantalla flexible y parece que el reloj vuelve a resucitar. Mientras todo el mundo espera que Apple saque el novamás, aunque es su marca la que salió ardiendo en el bolsillo de un chaval, Todd Hamilton diseña el ordenador de pulsera iWatch que superaba los problemas del interface de la preciosa maqueta de Thomas Bogner. Pero ¡Ay amor si te llevas mi alma! la apuesta de Todd pasa por conectarse a iPhone a través de Bluetooth para manejar los datos, o sea: es un cacharro más que ni siquiera tiene la autonomía ni la sostenibilidad imbatida del reloj automático.

También he de reconocer que la cartera electrónica acabó con lo de esperar a que se fueran los viejos para llamar al novio y con la cámara de fotos, aunque también con la deliciosa idea de que solo algunas escenas especiales son las fotografiables, y no todas.

Sobre la masificación del uso del reloj de pulsera

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