miércoles, 2 de noviembre de 2011

la huerta en 1966



Dos maravillosas adquisiciones para el álbum de fotos. Son dos escenas en la huerta recuperadas por la prima Isa. Alguien de Madrid vino de visita con una cámara de fotos y ¡carrete de color!, algo absolutamente nuevo en el pueblo, e hizo unas cuantas fotos. Aquí puede verse un ciruelo que se arrancó con la ampliación de la alberca, desde una de sus paredes, donde se han subido la prima y parte de la visita; y abajo, el columpio, la fachada de la casa, tal y como se conserva, y la acera de piedras, ya desaparecida. Juan, aún novio, mece a la prima Isa.

De este mismo día, tenía esta foto de grupo familiar junto al pozo. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Visita con cámara (Mariano), las tía Elvira y Justa (que siempre nos traían unos polos), La prima Isa y Juan, la prima Angelines, Juan, el primo Juan, Pablo (en brazos), Isa, Javi, yo (con los brazos cruzados) y Maru.

El culpable de esta foto es el señor de la izquierda, Mariano, que fue entrenador del Bolañego, y de ahí amigo de papá, y que vivía en Leganés. Taxista, fue con anterioridad portero del equipo de Bolaños. Una visita a la huerta con cámara de fotos hizo posible este documento.




Debido a la enfermedad, durante toda su infancia, del tío Paco, el abuelo Juan vio recomendable pasar los veranos en el campo. Tenía un tumor blanco en la rodilla, por lo que le hizo una escayola con un agujero abierto en ésta, para que tomase el sol. Por ello, veraneaban en casillas prestadas de sus clientes en el Campo de las Nieves.


A la abuela le gustaba el campo, por lo que su marido compró un terreno colindante a la de Padre Miguel en La Celada y otro cercano en El Hondo rodeado de olmos. Esto fue en los primeros años de la década de los cincuenta, quizás tras la muerte de la abuela, aproximadamente en 1953, donde ya existía una casilla de dos habitaciones y una cocina con un fogón. Necesariamente, por su edad, ya existía también el gran almendro junto a la alberca

En los años 54-55 hizo la casa principal, con acceso directo y otro al patio de las cuadras, al que hizo otro acceso por un hermoso portal entre las dos viviendas, donde quedó el fogón (la Isa recuerda a mi madre haciendo allí chocolate). La obra se terminó en el 55. Marcos recuerda en este año trabajar en las ventanas. El Monago fue el maestro de la obra. Las escrituras de la compra son del 56 y 57. La escritura de la compra de El Hondo es de 1966.

El agua para regar se cogía de los pozos del Hondo por lo que pagó un derecho de servidumbre para las tuberías que subía el agua a La Celada. El agua llegaba a una poceta alta, de unos dos metros y medio y de ladrillo visto, que aún existe, y que llevaba el agua a un alberca cuadrada, que corresponde a la mitad de la actual. Un sistema de tuberías subterráneas acercaban el agua a distintas pocetas de la finca. La salida del agua de la alberca se controlaba por un sistema de llaves giratorias. El resto del sistema funcionaba por tajones con surcos y broqueras de paso.

Al poco de hacerse la casa ya la ocupaba la familia los veranos. Los caseros, María y Antonio, vivían todo el año en la casilla primera. Miguel recuerda la obra del patio interior grande, los establos y demás dependencias para los animales. Las últimas construcciones fueron el palomar y el almacén de la alfalfa, que estaba cavada para mantener la humedad.
La fachada, al norte, tenía tres olmos, entre dos de los cuales colgaba un columpio de madera con dos cuerdas de pozo colgando de un palo horizontal entre las horquillas. Daban sombra a una explanada de tierra donde comíamos, delimitado por un jardín de crisantemos y el camino de entrada, separado de la huerta por unas yucas. Al Este había un patio emparrado y solado con cantos que aún se mantiene, delimitado por los corrales, una higuera, la alberca, el almendro y la explanada del pozo, rodeado de higueras.

La huerta se convirtió así en un lugar especial para el verano, donde pasábamos el día visitando a los animales y bañándonos en el agua congelada de la alberca, y la noche jugando. Teníamos muchas visitas y familiares que se venían a veranear. El abuelo habilitó las casilla para vivienda de los tíos Paco y Patrito, y también la tía Lola y su marido. La frecuentó la prima Ruperta, y las tías Justa y Elvira venían muchas tardes con coyotes y bombones helados de los Cornelios. Todos los primos venían a bañarse, y también amigos y los hijos de la Miguela. Ella misma se atrevió a bañarse vestida durante una siesta, pero estuvo a punto de ahogarse con el peso de la ropa mojada.

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