domingo, 26 de agosto de 2012
the butchart gardens, langford lake y algo para la ginebra
Sueño que vemos el cine en el parque de Bolaños, pero la entrada se hace por Giant's Grave, ese cedro rojo occidental, monumento natural, que visité el otro día (71 metros de alto, 4,5 de diámetro y 700 años de edad) que fue quemado por unos vándalos. Allí hay una policía que reparte el número veintiséis entre los que allí estamos, sentados en las butacas de los bares. Tiene una cesta llena de este número, aunque todos no son exactamente iguales.
Me levanto a ver si se apagó la lumbre. Ranas, cuervos, otra vez el Red Breasted con su pico largo y puntiagudo y la panza naranja, el tren silbando a través de la maleza. Un guarda me da la matraca pues, según dice, este no es mi sitio. Le enseño mi boleto, el veintiséis, y dice que no hay problema. Ya pasaba con las revisoras del tren, te tratan como si fueras su súbdito con un tono militar subido. Tranquilidad. Hago el beicon y me como dos sandwiches y un coffe mate con leche y cookies mientras Freddie Mercury canta en casa de los vecinos.
Llego a The Butchart Gardens. El señor Butchart se forraba con la manufactura del cemento de Portland en Canadá, mientras su señora se dedicaba a la jardinería y la horticultura en los 130 acres (unas 52 hectáreas) de terreno que ocupaban desde 1904. Poco a poco, construyeron un enorme jardín recurioso que se abrió al público hace 14 años, con conciertos, música y baile, restaurantes, tiendas y todo ese gran negocio que arrastra el turismo. La entrada es cara. Te regalan una guía de flores. El sitio es impresionante, pero está lleno de gente y parece una feria, un gran negocio. Como jardín es apabullante, muy equilibrado en formas (cesped-árboles-flores), colores y olores, y muy educativo. Me gusta el jardín japonés y el hundido, una mina agotada reconvertida. Me dispiacen las zonas cargadísimas de flores, no dan paz. Hay secuoyas plantadas en 1930.
Después de tanta flor lo único que apetece es una cerveza en el pueblo. MaMiller's Pub. Motos y curritos con gorra. Las paredes llenas de luminosos de marcas de cerveza: Coors con su fuente, Bud en un casco de football, O'Dool's, Spring... un oso gigante de madera, banderines de equipos, varias teles, máquina de cigarrillos, pizarras y una mesa de billar americano. Me siento en un sofá. Esto es una auténtica taberna, sin niños ni estudiantes. Aquí se viene a beber cerveza, con el mono, el tatuaje y el pendiente. Aquí descubro la Stewarts Key Lime Soda (soda clásica a la lima), ideal para acompañar la ginebra, mucho mejor que el Canada Dry de gengibre.
Me instalo en el camping de Langford, un pueblo alrededor del lago del mismo nombre. Sus casas tiene un patio al agua, algunas con barco. Sólo queda un pequeño hueco para meter la barca desde fuera y bañarse. Incapaz de adentrarme en el bosque, tomo aquí el sol como si fuera domingo. Esta gente vive bien. Uno se da una vuelta con el perro en su barca, otros se sientan en una butaca del patio, las niñas rubias se bañan y ríen. Es un estado de ánimo que consiguen el paisaje, la luz, el espíritu libre de esta gente, este olor vegetal y nada que hacer; como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Me gustaría incorporar esto, que ahora siento perdido, a mi vida.
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