miércoles, 5 de agosto de 2020

un colorín en el jardín de las delicias

A finales del siglo XV, época que algunos denominan gótico tardío y otros Prerrenacimiento, la corriente artística parecía buscar cada vez más aspectos como la armonía, el ilusionismo o la monumentalidad. Sin embargo, hubo un pintor que creció en Bolduque, al sur de los Países Bajos, en el taller de su abuelo y padre pintores, llamado Jheronimus, el Bosco, cuyo  camino fue totalmente diferente. No encaja ni en la pintura flamenca sobre tabla habitual de entonces ni en el arte pictórico al norte de los Alpes, que seguía más las coordenadas renacentistas. Su matrimonio con Aleid van der Mervenne le permitió instalar su propio taller, donde, sin presiones, se propuso trasladar conceptos considerados propios de artes marginales a la pintura sobre tabla. La más famosa de sus obras es El Jardín de las Delicias.

Felipe II fue un profundo admirador suyo. Fue quien trajo esta obra a España, concretamente al Escorial. Numerosas fuentes dan por hecho que el monarca hizo que colocasen el tríptico frente al lecho en el que estaba postrado para facilitarle el trance místico de sus horas postreras. Lo cierto es que la obra no cabía en esa estancia, ni siquiera cerrada. José de Sigüenza anotó los registros de cada una de las obras de arte que llegaban desde todas las partes del reino. Y no sólo anotaba su descripción, sino también el lugar del palacio al que cada obra se destinaba. Concretamente, el cuadro que nos ocupa aparece registrado en 1593 como tabla al olio, con dos puertas, de la bariedad del mundo, cifrada con diversos disparates de Hierónimo Bosco, que llaman Del Madroño y anota que fue destinado a la Galería o Pasillo de la Infanta. El jerónimo se refería a la dependencia de Isabel Clara Eugenia, hija del rey que vivió con él en el Escorial hasta la muerte de éste.

En el tríptico, el Bosco pintó 1.015 aves de 101 especies de distintas dimensiones, algunas de ellas en vuelo, algo muy difícil de captar cuando aún no existía la fotografía. En el lado izquierdo de la tabla central, pintadas con gran detalle, se ven con claridad aves de grandes proporciones, un martín pescador (símbolo de la hipocresía), una hembra de ánade real, una abubilla (símbolo de las falsas doctrinas), un pito real, un petirrojo (lascivia) y un jilguero europeo (Carduelis carduelis), que por aquí llamamos colorín, con las patas hundidas en el agua. El colorín picotea los cardos en otoño para comer sus semillas. Se han emparentado estas espinas con las de la corona de Cristo y las leyendas del Cristianismo dicen que se manchó su cabeza de rojo con la sangre de Cristo cuando intentaba quitárselas. Es por eso que el jilguero aparece en muchos cuadros religiosos y se ha interpretado como símbolo del Cristianismo. El Niño Jesús tiene en sus manos un jilguero en muchas representaciones artísticas, presagiando su Pasión y muerte en la cruz. Aquí se le representa ofreciendo una mora, o un racimo de uvas, a varios hombres con la boca abierta como polluelos en el estanque de los placeres, probablemente queriendo simbolizar la corrupción de la Iglesia. Debajo de estos hay un macho de ánade real acostado en el lago, sobre el que se posan el martín pescador y una pareja de razas distintas. Más abajo, un cárabo (herejía) es abrazado por un hombre. El Bosco fue un verdadero birder con unos conocimientos asombrosos para su época sobre la anatomía de las aves. No es casual que su gran obra maestra sea un auténtico cuaderno de campo.

En las tiendas del Jardín Botánico y del Museo del Prado, o en la librería Panta Rhei, en Madrid, se puede comprar la "Guía de Aves del Jardín de las Delicias" del ilustrador Manuel García y la historiadora Pepa Corbacho.

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