jueves, 22 de septiembre de 2016
abisko y narvik
Por la mañana montamos en un extraño tren de los cincuenta completamente nuevo. La fila de asientos de la izquierda mira hacia la locomotora, la de la derecha hacia la cola. Los cabeceros son de esponja forrada y pueden regularse su altura. Los asientos tienen tapicerías de rayas verticales rojas, naranjas y amarillas, de lo más pop. Detrás hay mesas abatibles en las que se puede escribir y una red para poner las cosas. El uniforme de la revisora está basado en los trajes lapones. La gente es el colmo de la educación. Mantienen las cosas antiguas como nuevas (¿no hay gamberros?). Colocan sus abrigos en un armario que hay junto a las puertas.
Paramos en la estación de Abisko. En ella no trabaja nadie, pero la gente apaga y enciende la calefacción y la mantiene limpia. Otro detalle de su excelente educación es la ausencia de rejas en puertas y ventanas. Esperamos que alguien aparezca, pero todo el mundo se va y nos dejan solos con un grupo de boys scouts ya creciditos. Vamos al albergue a coger información y dejar las maletas, y visitamos el cañón al lago Torneträsk y luego seguimos el curso del río para no perdernos visitando el Parque Nacional de Abisko. El río va encajado en la roca haciendo curvas que son en realidad ángulos de 90º. Todo está plagado de abedules de colores. Hemos adelantado el Otoño.
De vuelta en el tren hacia Narvik, nos cruzamos con muchos trenes cargados de mineral. Beni se dedica a contar vagones, alucinada...49... A veces tenemos que parar porque solo hay una vía. Al llegar a la estación tampoco nos espera nadie. Me parece que le están echando morro. Afortunadamente Beni recuerda el nombre del hotel, Grand Royal, y allí aparecemos colgados sin el maldito bono y con 40 coronas noruegas menos que se ha tragado el taxi, a casi 19 pelas la corona. Con una llamada se soluciona. Tenemos la habitación pagada y una cena gratis.
Damos una vuelta por Narvik, una bonita ciudad a orillas del inmenso Ofotfjorden, que aquí forma una ensenada donde está el puerto, que es como el escenario de un anfiteatro donde los espectadores son casitas de madera de colores entre árboles. Las luces brillan en el agua. Una mujer desnuda de bronce se baña en una fuente de la plaza.
En el hotel, cenamos salmón. Me roban 800 pelas por dos cervezas. La habitación es una suite con alcoba y salita. La cama es gigante y cómoda. Su ropa es tipo nórdica, sobre el colchón hay dos sábanas como sobres con un edredón dentro, tanto las sábanas de abajo como las de arriba. Nos acostamos pronto, pues el bus al aeropuerto sale a las cinco de la mañana. Nos dicen que mañana nos darán el desayuno en un pequeño paquete y que el bus hay que pagarlo.
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